CRÍTICA DE TV

Listillos

La tragedia de Barajas ha puesto de manifiesto que, si algo falla en este país, son los servicios de atención al cliente. No es de recibo que una lista de pasajeros tarde siete horas en darse a conocer, que se facilite un teléfono de atención que en los primeros minutos siga funcionando como un teléfono de reservas de billetes o que desde el primer minuto no se informe a pasajeros de otros vuelos de lo que ha sucedido o si el aeropuerto de Barajas está o no cerrado. Todos los programas especiales se han hecho eco de este caos organizativo. En Europa es inaudito que, ante una mínima cosa que no funcione, no se ponga una reclamación que, si no es inmediatamente atendida, acabe en un juzgado. Aquí es todo lo contrario.

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Nadie da explicaciones por nada, se ponen pocas reclamaciones, y las que se ponen no sirven de nada. Yo mismo, y perdonen que hable de un caso personal pero que resulta muy esclarecedor, puse una reclamación ante una compañía aérea española por un vuelo que tenía que haber salido a las once de la noche y que finalmente, y sin ninguna explicación, lo hizo a las cinco de la mañana del día siguiente. A pesar de haber tenido que rellenar un farragoso impreso, la compañía aérea aún no se ha dignado responderme.

España está llena de listillos. Hace unos días nos enteramos que ninguna compañía de telefonía cumple con lo que prometen. Anuncian tres megas en las conexiones de Internet y en realidad no ofrecen ni uno. En Europa, algo así habría provocado la denuncia inmediata a los responsables de las compañías. Aquí damos por descontado que todo el mundo te engaña y que no te van a dar explicaciones. ¿Y qué tiene esto que ver con la televisión? ¿Cuántos de ustedes se han sorprendido cuando una cadena anunciaba una emisión para poner, sin aviso, otra distinta? Y no me refiero a levantar la programación ante una catástrofe, lo que está más que justificado. ¿Cuántos de ustedes han intentado averiguar, con los tres días previos que obliga la ley, la programación de una cadena? Absolutamente imposible. Las programaciones de televisión son un secreto de Estado.