España culmina un bienio celestial
La selección alcanza la segunda final de su historia tras un duelo denso, de listón físico desproporcionado y enorme desgaste mental
Actualizado:La generación del 80 ya puede descansar en paz. No es que se la dé por fallecida, sino que se ha ganado el reposo eterno en el corazón de los aficionados. Acaba de abrochar un círculo memorable con el título mundial, la plata europea y lo que llegue mañana en el plazo de dos años. Es, sobradamente, digna heredera de aquella del 59, la que impulsó el baloncesto una noche de California tras derrotar a Yugoslavia y colarse en la final olímpica. Este grupo, el de los juniors de oro con adherencias juveniles y veteranas que se han montado sobre la marcha, ya ha superado a los Corbalán, Solozábal, Epi o Fernando Martín. Palabras mayores. Lo habían conseguido a base de sensaciones irrebatibles. Desde ayer, también los resultados avalan la trayectoria triunfal de una generación ¿irrepetible?
El grupo de Aíto, firmante de un torneo extraño de más a menos y viceversa, ha crecido en seriedad cuando el camino niega la vuelta atrás. La tunda inclemente a la que le sometió Estados Unidos le vino bien a a un equipo que generaba algunas dudas inesperadas. Ese día España comprendió que el talento debe ponerse a trabajar y que las torres altas requieren cimientos poderosos. Interiorizó la teoría para obtener sobresaliente en las prácticas contra Croacia. Y ese espíritu le sirvió ayer para vencer un partido durísimo frente a Lituania, uno de esos duelos de listón físico desproporcionado que provocan un desgaste mental enorme.
Jiménez, clave
Ya se anunciaba la víspera que el adversario era más peligroso de lo mucho que lo parecía. Y así fue. La selección báltica pactó con su rival un combate largo, a los puntos, sólo apto para deportistas conscientes de que las recompensas saben mejor cuanto mayor es el sufrimiento. Basta mencionar que la máxima renta española sólo alcanzó los ocho puntos (28-20), mientras la lituana se quedaba en seis (36-42). O que en el minuto 34, el conjunto de Aíto perdía por uno (73-74). Entre medio, muchas claves para explicar una cita pareja, emocionante y auténtica. Densa hasta el extremo de que los espectadores necesitaban agua, agua a cascoporro, para pasar la bola de carne encajada en la tráquea.
Resulta que en toda una semifinal entre clásicos levantaron la mano los actores de reparto, si secundarios pueden considerarse los tipos que juegan para España y Lituania. Diluido aparentemente en una generación de chavales más jóvenes emergió Jiménez, el veterano que siempre cumple, el que nunca reclama protagonismo y aparece indefectiblemente en las fotos de la gloria. El alero del Unicaja se encargó de amargarle la tarde a Siskauskas. Y como a terco pocos le ganan, el madrileño lo consiguió. El 'tres' báltico, factor diferencial de los suyos junto a Jasikevicius, anduvo fuera de quicio, con siete puntos, cuatro tiritos de campo en media hora larga y eliminado en el último minuto como consecuencia de la desesperación. Les juro que Siskauskas, sometido por Jiménez a la deformación de los espejos curvos, es un formidable jugador de baloncesto.
Jasaitis, también
España entró bien en el partido más importante, pese a la baja física de Calderón y a la anímica de Navarro, quien definitivamente no ha 'estado' en Pekín. Mediante un espíritu defensivo coral que incomodaba a una Lituania de ataques largos por fuerza y el recurso ofensivo de Pau Gasol, el combinado nacional alcanzó la mayor serenidad con un tercio de partido cumplido (28-20). Pero en la tarde de los secundarios respondones se envalentonó Jasaitis, 'tirador del país' que ha jugado en el TAU a la pescadilla que se muerde la cola. Aún se ignora si no rindió en Vitoria por su culpa o porque la escasa confianza del entrenador le mordió la autoestima.
El caso es que Jasaitis encadenó ante España tres triples consecutivos que, junto a otros dos del falso 'cuatro' Lavrinovic, cedieron a Lituania el mando y el marcador de la semifinal. Eso y el considerable aumento del termostato defensivo báltico, con una pareja de pívots (Javtokas y Petravicius) que infringe la ley en cada embestida. De ello puede dar cuenta Pau, como Yao Ming en el partido de cuartos.
Puestas las cartas sobre la mesa, nadie ignoraba que la batalla duraría hasta el final, que de cada trichera iba a asomar un jugador con cara de soldado. Realmente España sintió peligrar el pase a la final durante buena parte de la reanudación, pero también Lituania, envueltas ambas selecciones en una atmósfera indefinida. En medio de unos ataques incomodísimos, donde cada canasta del tercer cuarto era un ejercicio de orgullo, germinó el pívot que viene alimentando su carrera con cucharas soperas de carácter. Ya se sabe que cuando el duelo invoca a la épica nadie mejor que Felipe Reyes. Percute, lucha, araña rebotes y extrae agua de la tierra yerma. El cordobés, junto a Jiménez, es uno de los hombres que explican el arduo triunfo español.
Pau y Rudy
Pero aún hay más motivos por los que España se colgará, muy probablemente, la plata del cuello. Pau, irregular en una aleación de errores y grandezas, concretó por fin el el fruto del trabajo. Su labor de desgaste eliminó primero a Petravicius (minuto 32), un dique de hormigón armado. Y ya con los efectos beneficiosos en forma de ofuscamiento lituano de la tardía zona 2-3 decretada por Aíto, vio desfilar a Lavrinovic (minuto 34). En ese momento España mandaba por dos puntos (76-74) gracias a la acción conjunta de, esta vez sí, dos estrellas: el propio Pau y Rudy Fernández, quien se reencontró en el cuarto definitivo tras dos encuentros primorosos en el arranque de los Juegos y su enemistad posterior con el aro.
Después de una semifinal de digestión pesada, jirones por el cuerpo y cansancio de alma, el combinado nacional se encuentra en el lugar que se había propuesto antes de volar a China. La publicidad anunciaba un desenlace Estados Unidos-España. Y ahí estará el grupo de Aíto, que no ha presentado parte facultativo ni excusas de mal torero para borrarse del magno cartel.