Pasajeros de la tragedia
Dominamos la tierra, el mar y el cielo. Mantenemos una buena relación con el planeta, bajo nuestro prisma claro, porque atentamos constantemente contra el medioambiente, contaminando mares y aire. Y de vez en cuando parece como que el planeta se revolviera contra el ser humano, rechazando la sumisión. El cambio climático es ya una respuesta. Pero la naturaleza, además, a menudo se encarga de demostrar con violencia que los humanos no somos más que marionetas. Terremotos, huracanes, tifones, tsunamis, nos ponen en nuestro sitio. En otras ocasiones, somos víctimas de nuestro desarrollo, de la tremenda evolución tecnológica que experimenta la humanidad. Cada día se muere en el asfalto, una tragedia permanente a la que nos hemos acostumbrado y que asumimos casi como inevitable. La carretera es la vía de comunicación más peligrosa y de mayor siniestralidad. Ésta es una verdad incontestable.
Actualizado:Pero los medios de transporte masivos, por tierra, mar y aire, cuya seguridad es muchísimo mayor, tampoco están a salvo de los accidentes, más impactantes y graves por el número de personas afectadas. Ya no hay distancias insalvables, podemos ir a cualquier parte del mundo, pero el riesgo, aunque mínimo, siempre existe.
Lo ocurrido este pasado miércoles en el aeropuerto de Barajas nos demuestra, una vez más, que la infalibilidad de los ingenios creados por el hombre es una utopía imposible. Ahora se investigará en profundidad y probablemente se determinarán con certeza los porqués de la tragedia. Habrá una explicación, una causa-efecto, se hablará de error humano, de problema mecánico o de fatalidad.
Para los familiares de las numerosas víctimas poco debe importar el origen del siniestro. Ahora, a ellos sólo les queda el lamento, la desesperación y la incomprensión.
Ahora sólo les queda maldecir al azar, al destino que ha decidido que fuera ése y no otro el avión que se tenía que estrellar, quebrando el futuro de 153 personas y alterando trágicamente las vidas de muchas más.