BANDERILLAS. Padilla con su segundo. / EFE
Sociedad

Oreja para Padilla y El Juli

El torero jerezano salió airoso de su encuentro con las Corridas Generales de Bilbao ante los toros de La Quinta

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Con todo pudo El Juli y no fue fácil. Pudo, primero y sobre todas las cosas, con lo que hay que poder: con dos toros de La Quinta. Uno bondadoso, noble y un punto apagado. Y a ése, segundo de corrida, lo toreó a cámara lenta de capa y muleta. En exquisita faena: regusto, puro rigor, no sobró ni faltó nada. Y, luego, otro toro, quinto bis, no tan noble ni mucho menos. Ni tan bondadoso, porque, el dedo en el gatillo, estuvo como agazapado hasta que no vino a forzarlo El Juli en un alarde de torero de poder.

De verdadero poder. De tanta recámara ese toro que, incluso dominado, se ponía por delante cuando, ya cuadrado, le buscaba El Juli la muerte. Mansote de salida y en varas, reservón, de mínima entrega, incierto y falto de fijeza. Pero acabó tragando.

Todavía más difícil y desagradable fue el quinto de El Ventorrillo que, en manos de El Juli, se lidió tan sólo anteayer. Pero problemático y de tan difícil solución que por eso fue titánica la faena. Encajado con serenidad, resolvió El Juli con hombría.

Un toro con la antena puesta, plantado, encogido, probablemente a la defensiva por instinto. Cobardón. El Juli se encerró con él un palmo de terreno. El Juli se descaró sin mayor miramiento. Iba a ser empeño serio. Fría la cabeza, caliente la sangre. No sólo le tocó a El Juli poder con ese toro, templarlo, no hacerle trampas, someterlo. Casi igual de difícil fue provocar y volcar el ambiente, que estuvo con él extraordinariamente severo, distante y reticente. No se entiende por qué.

La primera de las dos salidas de El Juli, con el toro bondadoso del lote, fue un dechado de primor. Con media verónica abrochó los cuatro lances del quite, que, siendo de muy alto nivel, fue saludado con muy tibias palmas. En Bilbao no se ha visto torear tan bien y con tal asiento de capote en toda la semana. Entonces entendió El Juli que no estaba con él la gente.

Por si acaso, repitió con la muleta. Faena abierta desde los medios con cite de largo -en tablas el toro- y una primera tanda puro temple, mano baja y hasta luego. Ligazón, sin rectificar. Y otra enseguida, puro jamón y sólo jamón. Ni caso apenas. Ni cuando se echó El Juli la mano a la izquierda para cargar la suerte, obligar, llevar, tapar y dominar a su antojo.

Precisión celeste. Media estocada. Un descabello certero. No hubo apenas pañuelos.

Luego sí. Porque la faena del sobrero, llena y sin tiempos muertos, gran tensión, rotunda, tuvo, después de su arriscado arranque, golpes de emoción conmovedora. Cuando El Juli le echó la muleta al hocico y tiró a pulso. O cuando, alarde temerario, decidió columpiarse entre pitones como si aquello fuera coser y cantar. Hubo los alardes de postre habituales: circulares cambiados ligados con el molinete de salida y el de pecho, los desplantes clásicos de El Juli.

Halló la igualada con un muletazo antiguo: por delante y por arriba, lanzado el vuelo del engaño al pitón contrario. Perfilado ya con la espada, se le arrancó el toro y por él. Lo cambió de lado, atacó sin esperar, cruzó sin esconderse, enterró la espada un pelo trasera, casi rueda el toro, lo levantó el puntillero, pidió calma el torero. Una oreja. Rácano reconocimiento para una tarde tan importante. A ese sobrero tan santacoloma y que tan a regañadientes quiso le hizo El Juli, cuando todavía se metía el toro, un quite por chicuelinas precioso: verticales, ceñidas, dibujadas por delante. Y antes, en lances de lidia, lo templó por las dos manos con regusto de capeador caro.

El más bondadoso toro de la corrida de La Quinta fue el primero y Padilla, oficio, talento, sitio y ganas, le cortó una oreja como el que lava. A favor de viento y abusando de torear a la voz. El cuarto, apagado, se quedó debajo varias veces y Padilla improvisó faena de sobresaltos. A los dos los banderilleó con garra, acierto y facultades. Y a los dos los mató por arriba.

Perera, tratado con cariño y respeto, acusó la falta de experiencia con toros de encaste Santa Coloma. A los dos trató de traérselos y pasárselos como suele con el toro de Parladé. La cara por las nubes de un tercero rebrincado y distraído; el mínimo empuje de un sexto descolgadito pero sin motor y a punto de rodar varias veces.