Opinion

el robot que me enamoró

LA PORVERA He de confesar que, contra todo pronóstico, Wall-e me robó el corazón. Aquella extraña criatura hecha de metal que vive en medio de la inmundicia y el caos, consigió que me enterneciera y mirara el mundo desde su particular perspectiva. Que vaya por delante que cada vez me seducen menos las historias animadas, y que la desidia generalizada de la cartelera me hizo aterrizar en la sala donde se proyectaba esta película. Que vaya por delante, también, que la ciencia ficción me produce un sopor considerable y que sigo prefiriendo a las personas de carne y hueso, antes que a los robots. Sin embargo, este personaje me sedujo al instante por su ternura y por su facilidad para expresar sentimientos y emociones sin necesidad de utilizar apenas las palabras.

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Aparte de este atractivo, Pixar ha ido a más allá con su producto y se aprovecha de los recursos que manejan los niños de hoy en día, y que se encuentran en el Polo con respecto a la Blancanieves de mi época, para introducir un mensaje de calado entre los pequeños, con el que de paso también se darán por aludidos los mayores.

Todo lo que pone a nuestro alcance la ciencia tiene un doble filo, y cuanto más tenemos y con más facilidades nos encontramos, más queremos abarcar. Si seguimos en esa línea, (sin perder de vista la hipérbole de la cinematografía), llegará un tiempo en que nos volvamos tan perezosos que no seremos capaces de hacer nada por nosotros mismos. Nos digitalizaremos tanto que olvidaremos el contacto humano y el valor de algo tan simple como una flor. No obstante, la película abre una puerta a la esperanza, y seguro que todo el que la vea soñará con tener a su Wall-e o a su Eve, aunque sólo sea por un momento.