Liberales y socialdemócratas
Hace varias semanas, durante el desarrollo parlamentario de la crisis económica en nuestro país, el portavoz de CiU en el Congreso, Duran i Lleida, planteó la conveniencia de unos nuevos Pactos de la Moncloa mediante los cuales los partidos políticos y los agentes sociales y económicos buscaran juntos una salida al gravísimo problema que se ha abatido sobre este país después de un ciclo largo de más de doce años de bonanza. Esta posibilidad fue asimismo abordada en el encuentro Zapatero-Rajoy del mes pasado, que abrió paso a una nueva etapa de comunicación y diálogo entre ambos líderes. Ante aquella sugestión, muchos pensamos que un pacto formal de índole socioeconómica es innecesario en la actualidad porque hoy no es preciso arrastrar a los sindicatos desde la lucha de clases a la concertación ni persuadir a los socialistas de la ineficiencia del colectivismo o de las bondades del mercado. Más bien resultaría útil que los grandes partidos debatiesen sin dogmatismo tanto el diagnóstico como las terapias adecuadas, de manera que las decisiones gubernamentales tuvieran el mayor fundamento técnico posible y la opinión pública supiera que todos estamos remando en la misma dirección.
Actualizado:Aunque la globalización se fundamenta en un sustrato de consenso ideológico y aun de pensamiento único en el que la libertad mercantil y la libre competencia no tienen contradictores significativos, y a pesar de que los gobiernos de la Eurozona no controlan la política monetaria, es indudable que todavía hay matices significativos en la orientación de las políticas económicas. Simplificadamente, cabe afirmar que los socialdemócratas creen que ante la llegada de la fase descendente del ciclo económico, con la consiguiente caída de la actividad, es conveniente la aplicación de recetas keynesianas dentro de los límites compatibles con la ortodoxia comunitaria y, más concretamente, con el pacto de estabilidad que obliga a limitar el déficit público. En definitiva, los socialistas, y el centro-izquierda político en general, proponen incrementar la inversión productiva, especialmente en infraestructuras y fomento de la vivienda protegida, para cebar la bomba de la inversión privada y estimular así la recuperación.
Es de suponer que el PP se inclina por esta segunda opción, aunque el debate se haya enmarañado desde el principio al centrarse en si hay que reducir o no hay que reducir el gasto social. Lo cierto es que el ex ministro Montoro, quien debería ser el encargado de enunciar las recetas populares y que se prodiga abundantemente en los medios de comunicación, no ha ofrecido todavía ninguna. En efecto, Montoro abusa de la paciencia de los ciudadanos al explicarnos con una audacia desconcertante que nos equivocamos el pasado 9-M porque si hubiéramos optado por el PP, es decir, por él mismo como ministro de Economía, hoy nos encontraríamos prácticamente sin crisis a la vista. Semejante discurso, que es absurdo con la que está cayendo y que se vuelve con facilidad irritante, tiene un efecto altamente destructivo sobre el crédito del PP, e impide que se abra un debate racional sobre la coyuntura y sus complejos ingredientes. En resumidas cuentas, lo que conviene a este país es que la comparecencia de Solbes la próxima semana en el Congreso se convierta en un debate abierto y constructivo sobre cómo vincular el acuerdo sobre financiación autonómica a los presupuestos del Estado y éstos a la terapia que requiere la profunda crisis económica que nos aqueja. Un debate que debería incluir cifras y fórmulas y no limitarse a la propaganda o a las descalificaciones y a los autobombos.