Trágica espera
Los familiares de las víctimas vivieron horas de angustia ante la falta de información en las terminales de Madrid y Las Palmas
Actualizado: Guardar«Debido al incidente aéreo, todos los vuelos pueden sufrir demoras. Rogamos permanezcan atentos a las pantallas de información o contacten con su compañía aérea». La megafonía de Barajas lanzaba su escueto mensaje. Los familiares de los pasajeros del vuelo Spanair JKK5022 no lo escuchaban. Vivían las horas más angustiosas a la espera de saber qué había ocurrido con sus seres queridos. Se aferraban a la esperanza de que los suyos estarían entra la veintena de afortunados que salvaron la vida.
Llegaban al aeropuerto poco a poco. Desencajados, con lágrimas en los ojos, preferían no hacer declaraciones. Tan sólo algunos, como Ricardo, contaron cómo se vive la pesadilla de los primeros instantes. «Te vienes abajo, porque lo único que sabes es que iba en el avión. No sabes si está bien o si es uno de las cadáveres. Se siente mucho nerviosismo e impotencia». El personal de AENA, también con caras largas, les guiaba por la T-4. Al llegar habían visto la densa nube de gris provocada por el choque contra el suelo del avión camino de Las Palmas de Gran Canaria.
Se temían lo peor. La informalidad de las bermudas y sandalias que vestían muchos de los afectados denotaba que habían salido de casa disparados. Con lo puesto. Para aislarles del trajín del aeropuerto, de los pasajeros ajenos a la catástrofe que lamentaban los retrasos, los empleados de AENA les introducían en una sala habilitada para asistirles, la sala de espera. Allí la angustia no cesaba, crecía a medida que pasaban las horas sin noticias. Las ansiadas listas de fallecidos -y supervivientes- no llegaban.
«Les he visto enteros»
El padre Ángel García, fundador de la ONG Mensajeros de la Paz, fue una de las pocas personas ajenas a las familias que obtuvo permiso para entrar en la sala de crisis, ya que acompañaba a los padres de una azafata. A su salida del habitáculo, sobre las seis de la tarde, este religioso explicaba que los familiares allí concentrados todavía desconocían la cifra de muertos y el destino corrido por sus seres queridos.
«Les he visto muy enteros. Todos tienen esa angustia, pero a la vez esperanza de que entre los pocos o muchos que se hayan salvado estén los suyos. Les he pedido que recen», apostilló el sacerdote. Según pasaban las horas el caos se moderó. La terminal fue tomada por agentes antidisturbios de la policía, que acordonaron pasillos y acotaron las zonas de paso para familias y autoridades. También llegaron los psicólogos para atender las angustias de los allegados a las víctimas.
En la terminal ya todos conocían lo sucedido, viajeros y trabajadores murmuraban entre sí o llamaban por sus móviles para tranquilizar a los suyos diciéndoles que no les había tocado. A la sala de crisis fueron llegando al fin las noticias, y los más afortunados, pocos, salieron hacia los hospitales a ver a los familiares heridos.
Muchos, en cambio, tomaron el camino de la morgue habilitada, como ocurrió con los atentados del 11-M, en un pabellón de la Feria de Madrid para identificar a sus maridos, esposas, hijos, padres o madres. La tarea no será fácil, porque se encontraron con amasijos de huesos y carne renegrida en vez del cuerpo de un ser querido. Fue la jornada más dolorosa vivida en el aeropuerto de Madrid desde diciembre de 1983, cuando otra catástrofe segó las vidas de 93 personas.
«Esto pinta muy mal»
Mientras, en el aeropuerto de Las Palmas se encontraban también decenas de familiares acongojados ante la suerte de sus allegados. La sala VIP de Spanair se había habilitado para ellos. Llantos y ansiedad, caras de enfado y protestas por la falta de información, demorada por las autoridades a la espera de contar con datos completamente fiables. En medio del caos, contadas expresiones de alegría, como la de una madre que, tras desplazarse a la carrera al aeropuerto temiendo lo peor, comprobó finalmente que sus hijas, de 13 y 14 años, no llegaron a coger el avión.
Frente a ella, otro padre, Rafael Morillo, no ocultaba su desazón ante el paradero de su hija, la joven pasajera Leticia Morillo, a quien confesó llevaba intentando localizar sin éxito en su teléfono móvil desde la última vez que había contactado con ella, poco antes del despegue. «Esto pinta muy mal». Dos abuelas esperaban a sus nietos sin ocultar su angustia. Una a dos niños de corta edad, otra a un joven de 22 años y su novia. La incertidumbre aumentó al conocer que la compañía aérea sólo les iba a ofrecer la información cuando hubieran llegado a Madrid los familiares de pasajeros que acepten el ofrecimiento de Spanair de viajar en un vuelo fletado expresamente con ese fin.