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Curiosidades

De los pimpis a los raqueros

Mariama Amarzaguío
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No importa que nombre les defina. En la Tacita de Plata, pimpi, y en Santander, raquero. Aunque distan más de 1000 kilómetros entre ambas ciudades, una y otra poseen en su haber la figura de un pillo, muchachos no tan niños que prestaban su ayuda a extranjeros y visitantes.

Los pimpis eran habituales de estaciones y puertos. Si algún inglés desembarcaba saturado de maletas, ellos se prestaban a cargar con sus bultos por unas cuantas monedas.

La pillería y la gracia, hizo de estos transeúntes de ciudad grandes guías y expertos zalameros con las mujeres de la época. Graciosos para unos y molestos para otros, su fama de truhán les persiguió hasta el fin de sus días.

La Caleta, punto de encuentro entre ellos, recuerda sus chistes y coplas, sus tardes de vino, sus rasgos humildes y sencillos. Poetas de las calles que ofrecían al visitante su primer «buenos días» y su último «adiós». El caso de los raqueros es bastante similar.

Aparecieron en el siglo XIX hasta principios del XX. Su condición de desheredado, huérfanos en muchos casos, obligó a estos niños a echarse a las calles de Santander para ganarse la vida, robando en barcos ingleses algo de mercancía o recogiendo objetos caídos en el mar.

Aunque no gozaban de muy buena fama, los visitantes se acostumbraron a su presencia en los muelles santanderinos. Casi como una atracción más de la ciudad, los turistas les lanzaban monedas al mar para ver como se zambullían en busca de ellas.

Hoy, su presencia sigue vigente en el vocabulario cántabro y a modo de estatua se les rinde homenaje en el Paseo Pereda.

En Cádiz, 'La ruta de la libertad' es una excelente opción para conocer la urbe de la mano de Los Pimpis de Cai, recuperados para la ocasión