EL MÁS FUERTE. Ramzi celebra el oro olímpico al vencer en la final por delante del keniano Kiprop. / AP
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Ramzi recupera el trono del 1.500

Higuero, siempre resguardado en el grupo, sólo presentó batalla en la recta final para ser quinto

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El kilómetro y medio tiene una larga tradición de dominadores hegemónicos. En la primera mitad de la década de los 80 los triunfos se los repartieron Sebastian Coe, Steve Cram y Steve Ovett. Después llegaron Aouita, Morceli y el más grande, Hicham El Guerrouj.

Rashid Ramzi tiene todos los ingredientes para seguir la estela. Tiene un físico privilegiado, es fuerte y fibroso, esbelto y ágil, y conoce a la perfección todos los secretos de una de las distancias más míticas del atletismo. Ya dio muestras de su dominio en el Mundial de 2005, doblando los 800 y los 1.500 y, pese al lapsus del pasado Mundial de Osaka, donde fue segundo tras Bernard Lagat, está dispuesto a marcar una nueva era.

Ayer no falló. Sin Lagat en pista, se impuso con superioridad aplastante. La carrera, tan limpia como rápida, fue un asunto de táctica, astucia y colocación. Y también de viveza. Y de piernas para poder aguantar el fuerte ritmo impuesto durante toda la prueba, con una última vuelta hecha en 53 segundos en la que hay que tener corazón y pulmones para no caer roto.

Virtudes, todas ellas, que no tuvo el francés Mehdi Baala, su teórico rival. Fue cuarto. Tras él entró Juan Carlos Higuero, (3:34.44) quien cumplió tan a rajatabla su promesa táctica de dejar la iniciativa a otros que nunca se le vio en la prueba. Siempre a cola del grupo, vigilando la estela de Baala (mala compañía), quien a su vez vigilaba la de Ramzi, nunca estuvo en los puestos en los que se jugaba todo. Se quedó un tanto descolgado en la contrarrecta, pero cogió impulso y se vació en los últimos 200 metros. Fue de menos a más para acabar quinto.

En esta final no hubo sorpresas en lo sustancial y el legionario a sueldo de los petrodólares, Ramzi, cumplió con el carácter de favorito con el que había venido y que había demostrado en las dos carreras previas a ésta. No ha estado entre los mejores del año, pero a la hora de la verdad se ha mostrado intratable.

Pero si la final no tuvo sorpresas en su desenlace, tampoco la tuvo en la forma. Los kenianos Kiprop y Choge -a estos no hay que hablarles de tácticas, sino de tirar y tirar-, relevándose, imprimieron un fuerte ritmo (56.48, en el 400; 1:56.06, en el 800) que no descartó a nadie. Ramzi fue a rueda, rezagado, esperando su momento. Llegó a falta de 300 metros, con un cambio de ritmo brutal que le dejó en solitario en cabeza hasta el oro (3:32.94).

Sólo Kiprop pudo seguirle (3:33.11), mientras se libraba la batalla por el tercer puesto que se decidió, de forma sorpresiva, para el neocelandés Willis (3:34.16). Sólo han sido más rápida que ésta las finales de Los Ángeles (Coe, 3:32.53) y Sydney (Ngueny, 3:32.07).