Opinion

Inquietante Pakistán

La dimisión del general Pervez Musharraf como presidente de Pakistán se había convertido poco menos que en inevitable tras la posición de debilidad en que quedó su figura a raíz de las elecciones de febrero y el proceso emprendido en las últimas semanas por las fuerzas del Gobierno de coalición -el PPP de la asesinada Benazir Bhutto y la Liga Musulmana de Nawaz Sharif- para destituirle bajo la acusación de vulnerar la Constitución. Pero la renuncia a la que se ha visto empujado Musharraf, con ser previsible, confirma de manera inquietante que el país, potencia nuclear y clave en la lucha contra el terrorismo global, atraviesa momentos de grave inestabilidad institucional. Una zozobra interna que se ve agudizada por la acuciante crisis económica, el auge de la insurgencia islamista y un contexto regional difícilmente manejable. El distanciamiento del Ejército de quien llegó al poder en 1999 mediante un golpe de estado incruento y su respeto hacia las decisiones del Gobierno acreditan que el presidente era ya una estrella declinante, aunque los militares podrían revocar su neutralidad si atisban en el Estado riesgos de descomposición.

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La comunidad internacional reaccionó ante la dimisión de un Musharraf, despojado ya del apoyo de la Administración Bush, reiterando su respaldo a Pakistán ante la amenaza terrorista e incidiendo en la necesidad de que el país avance en el camino de la democratización. Ambos factores resultan indivisibles para tratar de apuntalar el imprescindible dique que supone la colaboración paquistaní en el combate contra los seguidores de Al-Qaida, que siguen encontrando refugio en los impenetrables y explosivos límites fronterizos con Afganistán. La profundización en la quiebra interna no sólo reactivará los elementos más extremistas en un Estado sometido en su seno a una fuerte coacción violenta, sino que ralentizará y obstaculizará la necesaria cooperación en la lucha contra la organización de Bin Laden y el proselitismo de sus grupos satélites.