La capitulación de Musharraf
Tras resistir correosamente todas las presiones y correr todos los riesgos políticos y tras verse aislado y de hecho abandonado por sus antiguos valedores, el Ejército y Washington, el presidente Pervez Musharraf tiró ayer la toalla y anunció su dimisión como presidente del Pakistán para evitar una segura destitución por el Parlamento.
Actualizado: GuardarEsta verdadera capitulación llega después de que el pasado 8 de agosto el primer partido del Parlamento y eje de la coalición de Gobierno, el Partido Popular Paquistaní, se aviniera por fin a respaldar la línea dura de su socio en el gobierno y segundo partido del país, la Liga Musulmana-N (por Nawaz Sharif, su jefe y enemigo jurado del general), que exigió la revocación del presidente bajo acusación de corrupción política y violaciones de la Constitución.
Hasta ese día Musharraf aún creía que podría al menos negociar su salida porque, al fin y al cabo, el plan político-institucional armado por Washington y Londres (un acuerdo entre él y el PPP con unas Elecciones legislativas creíbles por medio y la vuelta al poder de Benazir Bhutto) había resistido incluso al asesinato de la carismática líder del partido. Su viudo, Asif Zardari, oportunamente limpiado por jueces complacientes de viejas acusaciones de corrupción, se hizo cargo de la formación.
Pero eso era no contar con dos cosas que son la misma a efectos prácticos: el auge incesante de la Liga de Nawaz, que pasa del 40 % de intención de voto, y su decisión de no pactar nada con Musharraf y exigir su castigo político, lo que resultó popular y dio resultado. El viudo terminó por asumirlo, Sharif volvió a cooperar con el Gobierno y se abrió el mecanismo de destitución del jefe del Estado.
Así termina, mal y con un país enfrentado a desafíos terribles (insurgencia islamista en alza, empeoramiento en el vecino y familiar Afganistán y crisis económica galopante), el período del general Musharraf, que tomó el poder en 1999 en un golpe incruento y recibido con cierto alivio entonces.
Hoy se le reprocha su estrecha alianza con los Estados Unidos, y eso es olvidar que Benazir Bhutto, primera ministra según estaba previsto, no habría hecho nada muy diferente en cuestiones de seguridad y política exterior. Por eso el factor Sharif, fuera del plan, ha terminado por ser, sorprendentemente, decisivo.