Surrealismo de josé tomás
Ser aficionado a los toros hoy en día no es fácil cometido. De hecho, reconozco que durante cuatro o cinco temporadas pasadas mi sentimiento de aficionado se encontraba en el más estricto exilio pues, cuando se ha tenido la suerte de ver torear a Rafael de Paula, Curro Romero, Antoñete o Curro Vázquez, hoy, créanme, resulta complicado sentir o saborear aquella verdad y, sobre todo, aquel concepto clásico y fiel. Tuvo que volver José Tomás para rescatar aquel elegido exilio y despertar en mí la atención perdida. Y es que, el pasado 10 de agosto en la frustrada corrida del año, volvimos a sorprendernos con esa su verdad, que no es otra que la apabullante fidelidad a un concepto tan atrevido como desorbitado. Ante el descastado juego de los Núñez del Cubillo, Tomás quiso volver a ser José Tomás, y es que en realidad lo fue, aunque pocos lo apreciaran. Con dos cornadas graves en sus carnes durante la lidia de su primer toro, Tomás, estoicamente, pretendía torear con parsimonia, con temple, citando como se debe citar: cruzándose ante los velones de los inciertos toros. Pero Tomás parecía un espejismo, difuminado y carente de esa emoción que le caracteriza, torpe con la pañosa arrugada. Nunca pareció encontrarse a sí mismo. Ante el enfado del respetable con la desilusión manifiesta, sólo Tomás sabía que seguía siendo José Tomás.
Actualizado:Y es que sólo él sabe el esfuerzo que hubo de sufrir para aguantar cinco toros que le quedaban por delante en compañía de un Morante que sólo pudo dejar detalles barrocos y la estridente anécdota de ver cómo le cantaban desde el tendido, lo cual pareció inspirarle. Antes, Manolo Caracol le cantaba a Curro Romero; ahora, Manuel Orta le canta a Morante: ustedes mismos. Yo, ante teatros surrealistas de verbena, me quedo con ese doblarse muletero por bajo de José Tomás a su segundo, con sabor y torería. Y ese mortal espejismo trágico de ser uno mismo aunque todos piensen que ya no se es.