El más grande de la historia
Michael Phelps completa su obra maestra con el octavo oro y supera a Mark Spitz
Actualizado: GuardarY así hasta ocho. ¿Mambo! Se acabó, cierre a la mayor gesta del deporte. Ocho oros acompañados de siete récords del mundo y otro olímpico, ocho oros para superar el mito de Mark Spitz, ocho oros para autoproclamarse en estos Juegos, precisamente los de 2008, como el deportista más genial de todos los tiempos. Ocho, el número de la suerte en China, el número preferido de Michael Phelps.
Ningún reconocimiento basta para loar la grandeza de este tiparrón, que con siete años miraba de reojo a la piscina pensando que se le podía tragar, obligado por su madre a zambullirse con el fin de resolver sus preocupantes problemas de atención. Ahora se la traga él, incombustible en su lucha por ser el mejor. Cada día una proeza, cada día una leyenda. Michael Phelps no conoce límites, supera todos los retos que se propone.
El de Pekín era ambicioso, prácticamente impensable en un deporte tan especializado como la natación. Pero Phelps es el mejor en todo, cualquier prueba en la que nade tiene el oro asignado al de Baltimore. Imposible realizar una comparación justa y objetiva, lo único que queda claro es que Phelps ha ganado más oros que el bigotudo Spitz en Múnich 1972, tiene más que nadie en los Juegos Olímpicos. Catorce, una locura. Y dos bronces de Atenas, que también suman.
Un relevo magnífico
Ayer ganó el 4x100 estilos, un relevo con claro hedor norteamericano, impregnado siempre de la tremenda superioridad de los yanquis. Phelps nadó como un coloso la mariposa, la penúltima posta, y dejó en bandeja el título para su equipo, redondeado con un tope mundial fantástico. Aaron Peirsol, Brendan Hansen y Jason Lezak -el hombre que le dio milagrosamente el triunfo en el reñidísimo 4x100 libre- regalaron a Phelps el octavo metal más preciado con un tiempo de 3:29.34, inalcanzable para los australianos y los japoneses, compañeros de podio en la emotiva ceremonia de la entrega de medallas.
Ahí, en el último acto del programa de natación, con el 'Cubo de Agua' entregado a su hazaña, Michael Phelps recibió el reconocimiento por parte de la organización. Madre y hermanas observaban a pleno llanto desde la grada, orgullosas de ver como el niño tocaba el cielo. Ni un momento de gloria para los tres colegas que le acompañaban en lo más alto, todas las miradas puestas en este genial nadador que hasta su galopante prognatismo resulta entrañable y gracioso. Es el fruto de la humildad, del trabajo incansable bajo la supervisión del fenómeno Bob Bowman, el héroe silencioso de estos Juegos acuáticos.
Un millón de dólares
Tiempo ahora para descansar, para meditar en todo lo logrado en Pekín. Ocho finales y todas con una buena historia que narrar, lo que convierte su homérico trabajo en una obra maestra sin precedentes Ha superado adversidades, ha entrado en el 'Cubo' más veces que nadie, ha prescindido de la grandeza de la Villa Olímpica. Todo por un sueño consumado y que evidencia que en la vida sólo hace falta proponerse retos. Ahora, junto a Bowman, piensa en nuevos objetivos que impulsen a la olvidada natación, protagonista únicamente cuando hay eventos de magnitud.
Se ha colgado cinco oros a título individual -100 y 200 mariposa, 200 libre y 200 y 400 estilos- y tres en los relevos -4x100 libre, 4x200 libre y 4x100 estilos-, los que más saborea. Y por ello se ha endosado el millón de dólares que le prometió Speedo por igualar a Mark Spitz. Gracias a él se habla de Baltimore, Maryland. Gracias a él se habla de natación en China. Es el hombre de los Juegos, es el hombre que ha cambiado la historia. Michael Phelps disfruta en el Olimpo con una perspectiva fantástica, la que le concede el privilegio de ser el mejor de todos los tiempos. Nadie ha llegado tan alto.