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Parada en el tiempo

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ientras me recreo con los Juegos Olímpicos de Pekín, sobre todo con el baloncesto, el tenis y el extraterrestre de Michael Phelps, me gustaría hacer un paréntesis para contarles la dos grandes experiencias deportivas que he podido vivir este año. Allá por el mes de abril, con motivo de mi cumpleaños, dos amiguetes se compincharon entre sí para darme una gran sorpresa. Realmente no sé a quién engañarían para conseguirlo pero lo único cierto es que el regalo me llegó en forma de entrada para presenciar en Anfield Road el Liverpool-Chelsea de ida de las semifinales de la liga de campeones. Además de pasármelo en grande, fue como sentir una parada en el tiempo. Justo cuando faltaban cinco minutos para el inicio del partido, comenzó a sonar como siempre el famoso Never walk alone. Todo el estadio se inundó de banderas al viento y a una servidora le salió su vena más turista con los nervios propios de quien quiere inmortalizar en su cámara el mágico instante. Tampoco puedo pasar por alto mi imagen sosteniendo en la otra mano el móvil, a través del cual pude compartir mis sensaciones con mi otro yo. De repente me quedé inmóvil y me contagié de la emoción colectiva. Es de una solemnidad tan abrumadura, que me dio la impresión de que el reloj se detenía en el tiempo. Es como si hubiera querido arañar un segundo más para seguir degustando los sones del cántico en cuestión. Para quitarse el sombrero es la devoción que los aficionados muestran por Fernando Torres. Vayas a donde vayas por la ciudad, el Niño te persigue con su mirada desde los paneles más grandes de los centros comerciales y el apoyo incondicional desde la grada es indescriptible. No fue su día y, a pesar de ello, el público nada le reprochó. No me extraña que esté siendo capaz de rendir como un campeón. ¿Ah! La otra gran experiencia del año la dejaremos para mejor ocasión. Tal vez, la semana que viene.