De Levante vino un barco... (I)
Cargado de.... helados. El año pasado por estas mismas angustiosas calendas coincidíamos a la hora de comer en el Casino Jerezano las hermanas Soler, Diego Alvarez -padre- y el que perpetra estas columnas. Cada uno en su mesa y el camarero en la de todos, y de cuando en cuando se establecía una entrañable tertulia a tres bandas, preñada de recuerdos y anécdotas de Diego y las Soler, con el que esto firma de radioescucha pardillo a pesar de mi edad.
Actualizado:Como dicen que redundando, redundando se termina llegando a redunda, uno ha adquirido la sabia costumbre -prácticamente la única sabia costumbre- de escuchar a mis mayores interrumpiendo lo indispensable. Así le iluminan la memoria viejos recuerdos del comercio jerezano que habían pasado a ser carne de desván, almacén de olores y sabores, imágenes que estaban dormidas en el archivo de nuestros ojos de niño, de nuestras manos paseantes encadenadas a nuestras madres.
Así vuelven los almacenes Tomas Garcia, la Eureka, Ciudad de Santander, la pastelería La Esperanza -que el buen Dios quiso situar bajo la casa de mi abuela, entre Lancería y Larga-, la Holandesa de la calle Bizcocheros, el Salón Italiano y muchos otros comercios y personas que ya iré sacando del tintero cuando la neurona que me queda vaya dando de si.
Pero hoy estamos sentados en la fábrica de helados y turronería de los Soler. Han querido la fortuna y nuestras voluntades, tan veleidosas, que nos hayamos reunido con Carmen Soler en su mostrador inagotable de sabores (hasta cincuenta hemos contado) el fotógrafo Fidel París, el pintor Yañez y este humilde cronista. Carmen nos ha enseñado la primera licencia de apertura de... ¿1938! Con su «¿Viva Franco!» y su «¿Arriba España!» incluido. Al parecer, a este primer Soler jerezano le pilló el guateque recién llegado a este pueblo, y en plena guerra civil pidió licencia para fabricar turrones; hay que reconocer que estos emprendedores -gallegos, levantinos, leoneses...- le echaban unos cojones a la vida que ya quisiéramos los mindundis que nos hemos tropezado con el señor Zapatero.
Ahora que se van a cumplir setenta años desde que los Soler comenzaron a endulzarnos la existencia y hacernos mas llevaderos estos inacabables hornos veraniegos, no estaría nada mal que por parte de nuestras autoridades se les hiciera un reconocimiento formal. Como yo no soy ducho en cuestiones de protocolo, no sé si sería mas apropiado una medalla de oro de la ciudad, un nombramiento de hijo predilecto o alguna otra cosa de esas que se inventan los políticos cuando les viene en gana.
Ademas, pocos comercios de Jerez pueden presumir de haber servido a la Casa Real. Fue una hermana mía, Pilar, que tiene cierto trato con la Infanta Elena, la que la llevó a la calle Rosario a una completa degustación de los manjares de la casa. Creo que se formó un follón de padre y muy señor mio entre los empleados y clientes, que no daban crédito a sus ojos. «¿La Lena, la Lena, ca venío la Lena! ¿Que está aquí la niña del rey!». No debió parecerle mal cuando tiempo después repitió la visita.
Me gustaría que este tipo de artículos que, de vez en cuando me permito, sirvieran para poner en valor el trabajo bien hecho, la constancia callada, y ese pueblo que a veces permanece y a veces se nos va sin que sepamos muy bien si lo hemos disfrutado como merecían.
La semana que viene continuaré con otros que vinieron para quedarse, tambien con un barco cargado de helados. Así que esta semana, mientras siga cayendo fuego, acerquémonos a la terraza de Soler o La Polar, a las heladerías de mis amigos Pepe o Chimo, y agradezcamosle que de Levante vinieran con un barco cargado de...