La redención del gendarme Bernard
Espoleado por su fracaso en los relevos da el oro a Francia en los 100 metros libres
Actualizado: GuardarA Alain Bernard le entraron unos remordimientos brutales después de ver cómo Estados Unidos le arrebataba el oro en la final del relevo 4x100 libre. Él saltó el último desde el poyete, con una buena ventaja sobre Jason Lezak, casi un segundo de ventaja en los últimos cincuenta metros. Un margen sideral. Y perdió. O ganó Lezak, que lo suyo tiene mérito y será una de las imágenes del Cubo. De forma incomprensible, el rey de la velocidad, el plusmarquista mundial de la prueba cedió en lo que parecía su territorio. Vergüenza total. El francés presumido se quería morir.
Mientras Estados Unidos saltaba de alegría al borde de la piscina, Alain Bernard enfilaba hacia la zona mixta sin detenerse ante nada ni nadie. Ahí, camuflado del gran ojo público, volcó su cólera golpeando todo aquello que encontraba a su paso. Nada podía saciar su rabia extrema. Había perdido una medalla de oro que tenía prácticamente colgada. Se camufló en el lavabo para llorar, destrozando la puerta y desoyendo los ánimos que le daba una nadadora de la delegación francesa.
Arrojó la toalla con violencia y castigó con un grito ensordecedor a una voluntaria cuyo único delito fue estar cerca suyo. Bernard el salvaje. «Odio perder. Este año sólo he perdido dos veces y lo del relevo me fastidió muchísimo», se justificó después.
Ayer jueves resucitó de sus cenizas. De hecho, empezó a hacerlo el miércoles, cuando en la semifinal nadó por debajo de su propia marca -47.20-, pulverizada acto seguido por su enemigo Sullivan. Se citaron para la final, que fue apasionante, lo mejor de una mañana que no contó con Phelps en ninguna pugna por el oro. Bernard y Sullivan llegaron apretadísimos a los últimos metros y ahí el galo se reconcilió con el mundo, estirando el brazo como hiciera Lezak en los relevos (tercero).
«Es un cabezota»
De chaval a Bernard lo que le tiraba era el fútbol. Quiso ser portero, desobedeciendo los consejos de sus padres que le recomendaban la natación. Pero una genética concebida para deslizarse sobre el agua se impuso. Se fue haciendo a la piscina y desde entonces no ha salido de ella. «Me siento bien en el agua porque uno tiene esa impresión de flotar, casi de volar. Cuando miro al fondo, pienso que no toco el suelo y de todos modos puedo avanzar y retroceder, es genial», explica.
Meses antes de los Juegos de Sydney conoció a Denis Auguin, entrenador que ha logrado centrar a Alain. Le fue moldeando el estilo y le puso un cuerpo de impacto, tan exagerado que parece culturista. Necesario, en todo caso, en la natación moderna, donde la envergadura y la explosividad son imprescindibles.
En su extraordinario desarrollo, sin embargo, intervino la propia mentalidad del campeón francés, posiblemente la que también le ha ayudado a recuperar el oro. «Es un cabezota, se empeña en algo y nadie le saca de ahí», describe Auguin, que vio cómo su pupilo, cuando se acercaba al máximo nivel en 2004, sufrió una toxoplasmosis. La cita olímpica de Atenas, a la papelera; adiós al sueño olímpico de Bernard. Otra revancha pendiente.
Hace pocos meses, el velocista entró a formar parte de la gendarmería francesa, en la sección «deportista de alto nivel de la Défense». El contrato firmado por Alain es el de gendarme adjunto voluntario y le permitirá participar en el equipo nacional militar.
Con ese torso tan espectacular, le tuvieron que realizar la camisa a medida, puesto que ninguna de las disponibles se adapta a su particular físico, con una gran caja torácica. «He hecho sacrificios para cumplir uno de mis sueños, porque es un sueño y no lo era al principio. Quiero ser el mejor. No tengo el récord, vale, pero soy campeón olímpico y eso dura cuatro años». Alain ya tiene la conciencia tranquila.