CASTELLA. Luciéndose con el toro que le valió el trofeo. / EFE
Toros

Sólo Castella aprovecha la buena corrida de El Ventorrillo

Ponce pierde la oportunidad con la espada ante toros que además de buenos y bravos, se mostraron propicios

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Cuatro de los seis toros de El Ventorrillo fueron de buena nota: un segundo castaño que no dio ni 500 kilos de báscula pero tuvo más trapío que cualquiera de los demás; un cuarto cinqueño colorado, grandullón, de estrechas sienes y agradecido trato; y un quinto negro mulato de bondad tan franciscana y pajuna que parecía venirse al engaño como el toro que va goloso al comedero. Pero que dejó también sentir su fondo bravo. El que no llegó a los 500 fue el de más clase. El toro con más ganas de atacar y repetir, por abajo, por derecho y en serio. Sólo tuvo un defecto y no menor: acaso por mal manejado o viciado en un manejo, pegó por la mano izquierda trallazos y ganchos. Los aires marinos de la puerta de Anoeta o los más mundanos de cuadras y corrales le hicieron perderse un par de veces.

A pesar de blandearse o escupirse del caballo en una primera vara y de quitarse el palo en la segunda, el cuarto, que escarbó, se vino a calentar, a querer y meter la cara. Muy notable. Hechuras no bellas, ni malas ni feas, pero algo armatoste: altas agujas, bastante pecho. Pero se movió el galán con alegría y cumplió con llamativa fijeza. Noble fue la corrida toda. Pero tanto ese cuarto como el que se soltó después dieron nobleza para un Gotha de toros buenos. Acodado y moñudo, romito, el quinto resultó el toro sorpresa. Tal vez porque salió acalambrado de una mano o porque se puso andarín en los primeros compases. Nadie esperaba que fuera a darse con tantísima nobleza. No se contaba, tampoco, con que fuera a quedarse dentro muchas cosas que sólo pudieron entreverse.