El encuentro
Se equivocó el gran Kipling cuando dijo eso de que Oriente y Occidente no se encontrarían nunca. El deporte ha hecho posible que coincidan en Pekín y en el año 2008. La televisión se ha encargado de que la ceremonia inaugural de los 29 Juegos Olímpicos fuera un acto planetario. Participaron en él muchos occidentales, cada uno de su padre y de su madre patria y, en cuanto a chinos, estaban todos.
Actualizado:Se cumplió la más noble de las misiones del deporte: convertirse en un idioma en el que puedan entenderse todas las razas y todos los pueblos. Se han superado muchas tensiones y han salido a relucir los derechos humanos, el Tíbet y el señor Bush, que siguen sin encontrarse con él, pero todo se ha echado a andar.
Lo que más me gustó de la fastuosa inauguración fue una niña vestida de colorado. Me acordé de una greguería en la que Ramón Gómez de la Serna nos revela las dudas de las madres chinas, que nunca saben si han tenido un niño o una muñeca. También me acordé del duro destino histórico del sexo femenino en ese país y en todos, pero especialmente en ese. La niña del traje colorado era una preciosidad, pero además a la inocencia se le entiende siempre.
Con mucha más facilidad que a Confucio. Cada escena, admirablemente sincronizada, tenía su significado, pero llega un momento en que se escapan algunos simbolismos, y no se sabe si estaban aludiendo a la pólvora o a la brújula. Los chinos de la antigüedad lo inventaron todo, menos el flan chino el Mandarín.
Ahora están en el trance de sustituir el arroz, sin echarlo en olvido, por el entrecot. ¿Cómo cambiar el Libro Rojo de Mao por el libro de recetas de Simone Ortega? China ha despertado y lo primero que quiere hacer es desayunar. Ojalá que el terrorismo, que también está muy bien organizado, no perturbe ni los Juegos ni los sueños del gigante.