El 'honor' de David Cal
El doble medallista gallego, que portó la bandera española, aspira a lograr dos metales
Actualizado:El trabajo de David Cal es cavar en el agua. Esa pelea con la pala y el pantano le dio un oro (canoa C1, 1.000 metros) y una plata (500 metros) en los Juegos de Atenas. Allí fue el abanderado español en la clausura; ayer lo fue en la apertura de Pekín. «No me he puesto nervioso. Estoy más preocupado por adaptarme al horario chino. Llevar la bandera es un honor», dijo con su habitual falta de expresión gestual. Tímido, casi hermético. Como dice su entrenador, Suso Morlán, es «de los que hacen las cosas en silencio». Ayer habló un rato, a frases cortas: «Sé que ir a por dos oros es difícil. Pero siempre hay que mejorar».
Llevaba sólo una noche en China. Su cita con el campo de regatas llegará al final de los Juegos. «No hace tanto calor como esperaba», comenta. Y sorprende. Pekín es un microondas encendido. Pero es que él viene de su propio Pekín, de 50 días enclaustrado en Saucelle, en Salamanca. Cavando agua en el Salto de Aldeaduero. «Entrenando a 35 grados». Hasta sufrió una insolación. «Mirábamos todos los días la temperatura de Pekín, y andábamos parecido», compara Morlán. La presa de Aldeaduero es un horno, un pozo: está a 150 metros de altitud; el pueblo, a 650. «Y sin viento, como en Pekín». Eso les conviene. Nada de aire. «Cuanto más rápidas sean las pruebas, mejor», apunta Cal.
Lo dice sin mirar a nadie en concreto. La suya es una modalidad extraña: arrodillado sobre la canoa. golpeando el agua de lado. Y pese a ese desequilibrio, la clave está en seguir una línea blanca invisible. Fluido. «David es más maduro que en Atenas, más consciente de dónde está», comenta Morlán. Y sus tiempos han mejorado. Ninguno de sus rivales tiene su frecuencia de paleo. A tres metros de avance por palada. A 79 giros por minuto en la arrancada. A 67 en el resto. A 17 kilómetros por hora. Una hélice criada en Pontevedra, en el río Lérez, que un día fue vertedero para la papelera Tafisa y que luego llevó al podio olímpico al hijo del panadero de Hío (Cangas de Morrazo). Al callado Cal.
Nada supersticioso
¿Y los rivales? «No me interesa cómo están», asegura. ¿Y la contaminación? «Tampoco. Es para todos», argumenta. ¿Lleva amuleto? «No soy supersticioso», se define. ¿Orgulloso de ser el abanderado? «Es un honor. Y ojalá también lo sea en el clausura». Eso es que habría ganado los dos oros. Con esa frase final, reparte una sonrisa. No está mal para alguien que, como repite Morlán, pasa días enteros sin decir ni mú. Tampoco hay que decirle nada. Tan silencioso como autodisciplinado.
Su pala mide 71 centímetros y ensaya al año durante 3.700 kilómetros de agua para ajustar al milímetro el lugar donde debe clavarla. La medida justa de cada palada. Igual con su propio peso. Durante buena parte de la temporada ronda los 90 kilos. Ahora está entre 83 y 84. Seco, listo para batirse con rivales de mayor volumen. «Si puedo aspirar a dos oros, ¿por qué aspirar a menos?». Contesta con una pregunta: el tópico gallego. Lo denota el acento. Y el caso es que la Xunta de Galicia no le concedió los 38.000 euros de beca por ser deportista de élite -alegaron que no había tramitado la solicitud-. Y que por problemas con la dirección del Centro Gallego de Tecnificación Deportiva, Cal acabó en las aguas asturianas de Trasona. Se ha entrenado en un gimnasio de pueblo, de 60 metros cuadrados, junto al resto de los usuarios.
De oro y plata
Da igual. En Atenas tocó oro y plata. «Ahora no me asusta ninguna de las dos pruebas», avisa. «Soy el mismo. No he cambiado. Sigo haciendo las mismas cosas». Mirada azul. ¿Y cuáles son sus sensaciones? ¿Mejores que en Atenas? «No, peores», sorprende. Aunque lo aclara: «Pero sólo porque con el viaje y el cambio horario ando un poco cansado». Ayer tuvo otro trabajo extra, ir de abanderado. «No importa. Ya tendrá tiempo para dormir luego. Dentro de veinte años, sus hijos, su familia, sus amigos, recordarán ese momento», subraya Morlán. Cal le escucha como si nada. Lo suyo es cavar.