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La presencia de la felicidad

Una mujer sentada a mi lado en el autobús. Hablando por teléfono. Yo podía escuchar todo lo que decía. Les confesaré una cosa: soy un cazador de frases. Me gusta apuntar frases que pillo por ahí, en las colas, en las salas de espera, en los bares. Frases que suelta la gente en lugares públicos o hablando por el móvil mientras camina. Dirigidas a alguien de confianza y sin ningún filtro. Tengo unas cuantas y me ayudan a conocer mi época. Creo que en muchas de ellas, aunque parezcan absurdas, se condensa una alta dosis de realidad. Bueno, pues la mujer, de unos cuarenta años, iba diciendo: «Mal no estoy, pero bien tampoco. No estoy de ninguna manera. No sé lo que me pasa. No sé si debería preocuparme por ello o no».

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Y yo pensé, ¿no está empezando a pasarle algo parecido a todo el mundo? Me da la impresión de que nos estamos volviendo literalmente locos con ese tema. Hay un mensaje flotando en el aire. Un mensaje que viene a decir algo así como que si no eres feliz es porque estás enfermo. Y eso me asusta un poco. Eso no puede ser así. No sé si es cosa de la publicidad o de una época de educación demasiado laxa y alejada del concepto de esfuerzo, pero parece que se ha extendido la idea de que todos tuviéramos pleno derecho a ser felices todo el tiempo. Y que el hecho de no serlo fuera un signo de que ocurre algo anómalo. O peor aún, de que alguien (probablemente el Estado) nos está escamoteando algo que debería garantizarnos. Me cansa todo este loco asunto de la felicidad como presencia obsesiva en todo tipo de mensajes. Nos han metido en la cabeza ese rollo y ahora no hay manera de sacarlo de ahí. Y ojo, porque puede llegar a convertirse en un problema grave, lo digo en serio.

Desde luego, si algo podemos tener claro de la felicidad es que se ha convertido en una palabra tóxica. Y en el fetiche de la simplonería psicológica más descomunal. No hay en la historia de la Humanidad otra palabra acerca de la cual se hayan pronunciado con aire solemne más melonadas infatuadas de rango superior. Pueden comprarse un diccionario de citas célebres y comprobarlo. Poncela decía que hay dos maneras de lograr la felicidad: una, hacerse el idiota; y otra, serlo. Así que les propongo una cosa: olvídense de ella. Sencillamente. Bórrenla del disco duro. Háganse ese favor. Es una filfa. El verdadero trabajo es no hacerse el idiota. No volverse uno loco. Y no contribuir a que se vuelvan los demás, por supuesto. Eso sí que merece la pena.