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Cultura

Programado para el Oscar

'Wall-E' llega a los cines españoles tras deslumbrar a la crítica y el público americano con su tierna historia de amor y mensaje ecologista

OSCAR BELATEGUI
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Wall-E suena como favorita a los Oscar. Pero no como cinta de animación -Ratatouille, también de Pixar, lo obtuvo el año pasado-, sino en la categoría principal. Que una cinta de dibujos sin apenas diálogos y protagonizada por un robot arrebate a la crítica más curtida confirma la preminencia de la productora que salvó a Disney. El resto de estudios se encuentra a años luz: DreamWorks ha intentado contraatacar en vano este verano con la infantiloide Kung Fu Panda.

Los autores de Toy Story y Buscando a Nemo no sólo obran el milagro de una animación realista gracias a sus propios programas de software. Conceden tanta importancia al guión y el dibujo de los personajes como al acabado técnico. Wall-E, un armatroste diseñado para compactar basura, conmueve igual que una estrella del Actor's Studio. La emoción genuina que provoca esta original historia de amor con mensaje ecologista que hoy llega a los cines no entiende de edades.

La apariencia de su metálico protagonista se sitúa a medio camino entre Número 5, el héroe de Cortocircuito -aquella fábula ochentera sobre otro autómata con alma- y el celebérrimo E.T.: Steven Spielberg y los mangas japoneses sabían que el secreto de la expresividad reside en grandes ojos. Wall-E cuenta con dos lentes en sus cuencas de tierna mirada miope y la gestualidad sin palabras de Buster Keaton. Es la abreviatura de Unidad Levantadora de Desperdicios clase Tierra.

Dentro de 700 años, los humanos habremos abandonado el planeta tras colapsarlo de mierda. Y nos hemos olvidado al laborioso robot, que se ha quedado tan solo como Will Smith en Soy leyenda. Apila detritus y poco a poco va siendo consciente de su soledad. Se entretiene con la cucaracha Hal -un guiño al pérfido ordenador de 2001- y recolecta ecos del pasado: un cubo de Rubik, una bombilla, cubiertos... Visiona una y otra vez musicales en cintas VHS: ¿Hello, Dolly! es su favorito, en otro de esos guiños cinéfilos a los que son tan aficionados en Pixar.

Su rutinaria y programada existencia se trastocará con la aparición de una modernísima y estilosa androsonda. Eva se llama igual que la primera mujer sobre la Tierra. Busca indicios de vida y apenas se fija en el enamorado trasto. Wall-E perseguirá por la galaxia sus blanquísimas curvas, que remiten a un níveo ordenador Macintosh. La semejanza no es gratuita: Steve Jobs, en la actualidad el principal accionista de Disney, fundó Apple y Pixar. Hay más. Wall-E disfruta de un primitivo iPod y se recarga cada mañana gracias a sus paneles solares con el sonido de un Mac al iniciarse. Incluso hay quien ha visto en las imágenes del espacio exterior el fondo de escritorio del sistema operativo OS X Leopard.Estrategias y sinergias publicitarias aparte, la película de Andrew Stanton, director de Buscando a Nemo, se aleja del «sentimentalismo pringoso, la crueldad ilimitada y la pobreza visual» que, según describe Fernando Trueba en su Diccionario de cine, caracterizaba los dibujos de Walt Disney, «el responsable de lesiones cerebrales en varias generaciones». La suma de talentos que han intervenido en su elaboración abruma. Fotografía de Roger Deakins (No es país para viejos), música de Thomas Newman (American Beauty), canción de Peter Gabriel... Pocas películas de imagen real se podían permitir tan lujoso equipo técnico.

Sin ir más lejos, para diseñar los sonidos de Wall-E se reclutó a Ben Burtt, el genio que inventó el chasquido del látigo de Indiana Jones, el siseo de Alien y los lamentos de R2-D2. Con un presupuesto que varía según las fuentes entre 120 y 180 millones de dólares, el noveno largometraje producido por Pixar ha superado los 200 millones de recaudación en la taquilla yanqui. No será el blockbuster veraniego -la última entrega de Batman ha batido todos los récords y lleva amasados 400 millones de dólares-, pero ha demostrado una vez más el genio de esta compañía que nació ligada a George Lucas y ha acabado como subsidiaria de Disney.

En sus cuarteles generales a las afueras de San Francisco «se cuida por encima de todo la creatividad de los diseñadores», señalan Rodrigo Blaas, Enrique Vila y Carlos Baena, los tres únicos españoles en un equipo de 300 animadores. Han empleado cuatro años para 103 minutos de metraje. Uno se encargaba del lenguaje gestual de los robots, otro de los fluidos y fenómenos atmosféricos... «Además de su filosofía artística, en Pixar van más allá y no tratan la animación como un género, algo sólo para niños, sino como un medio para contar todo tipo de historias». Los artistas españoles aceptaron los retos de una cinta muda en sus primeros 45 minutos y que, al contrario de lo que suele ser habitual, no cuenta con actores conocidos entre sus dobladores, salvo Sigourney Weaver en un guiño a su papel en Alien.

«¿Qué pasaría si lo más humano que se quedase en la Tierra fuese un robot?», se preguntó el director. La respuesta, en la película.