CONTENTO. Kovalainen celebra su triunfo sobre el podio del trazado húngaro mirando al cielo. / AFP
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Kovalainen recibe un regalo divino

Gana en Hungría al favorecerse de un pinchazo de Hamilton y de la rotura de motor de Massa cuando iba en solitario a tres vueltas del final Timo Glock y el finlandés Kimi Raikkonen cierran el podio que se le escapa a Fernando Alonso, que fue cuarto, en el segundo repostaje

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Si existiera el gol del cojo en la F-1 sería muy parecido a lo vivido ayer en Hungaroring. Quiso el juguetón destino espabilar a los aficionados con tres tirabuzones antológicos, verdaderos golpes de efecto, oasis en un desierto de tedio unido inevitablemente a un trazado en el que hasta les cuesta adelantar a los alevines de la GP2. Una salida para el recuerdo y dos percances en carrera limitaron los tres capítulos de un relato breve en el que sólo en la última página se descubre que el asesino no era el mayordomo. Heikki Kovalainen, un simpático finlandés con cara de llevarse bien hasta con quienes le han negado el crédito, elevó el listón hasta el cielo para ganar una carrera que no dominó, en la que se limitó a acumular vueltas a la espera de un milagro. Le llovió del cielo un regalo divino.

El primer episodio reposará con todo merecimiento en un lugar destacado en las videotecas. Felipe Massa, héroe y villano a orillas del Danubio, explotó en la salida. Le robó la cartera a Kovalainen al aprovechar el lado limpio del sucio asfalto y al final de recta envenenó la trazada de Hamilton con un exterior que le catapultó al liderato. Bofetón de anverso y reverso a McLaren y el brasileño pendiente, desde entonces, de no liar alguna tropelía de las que no han acabado de asentar la cotización de su caché.

No era previsible que cayera el hat trick que buscaba Hamilton. El inglés no perdía la referencia con el Ferrari que le precedía, pero carecía de argumentos para dar caza al tiburón de Maranello. Tras ellos, Kovalainen penalizaba su falta de tensión -se fue sin problemas de Glock- y Kubica arruinaba la jornada de los suyos, auténtica legión polaca llegada a Hungaroring. Se benefició Alonso para apuntarse su mejor solo de la gira que inició en Australia con idéntica cuarta plaza a la recibida ayer como justo premio. Pero en esta ocasión tenía a su rebufo a Raikkonen, al que, por fin, zurró en la arrancada.

Hablar de F-1 en Hungría pasa inevitablemente por traducir una carrera aburrida. Las idas y venidas a boxes nada modificaron. Massa a lo suyo, camino del cuarto triunfo que le hubiera valido recuperar el liderato mundialista porque en la vuelta 42 el neumático delantero izquierdo de Hamilton perdía su forma. Pinchazo que llevó al británico a marcarse un paseo por la tierra. Una vez más su ángel de la guarda estaba de retén y llegó sin apuros al garaje para adelantar unas vueltas su segunda parada.

Para atrás en la fila y plaza que corre para el resto. A Alonso, que bastante tenía con retener a Raikkonen, se le unió otro incómodo compañero de viaje, el mismo con el que empezó a enemistarse aquí hace un año. Llevaba a su estela a los actuales campeón y subcampeón del mundo. El finlandés, que para entonces era lo más parecido a un misil, se deshizo del asturiano en el segundo respostaje sin que nadie sepa bien cómo. La telemetría habla de que tanto Ferrari como Renault funcionaron según sus intereses, pero el nórdico le recuperó la posición a Alonso con quinientos metros de ventaja en el que era el inicio de su asalto final al podio. Glock era la siguiente víctima.

Pero el mal parado fue Massa. Imaginaba ya la celebración de su incontestable triunfo el paulista, para quien cada punto es un argumento más para cerrarle la puerta de Ferrari a Alonso, cuando sucumbió. No él, su máquina. En plena recta que es la máxima expresión del pille in fraganti. Un sonido seco y el inconfundible humo blanco, incienso de exequias en la F-1. Sólo quedaban dos pasos más por el lugar antes de toparse con la bandera a cuadros. Excesivo castigo para sus pecados.

Así, Kovalainen, un piloto que no había destacado durante el día, siempre rodando en tierra de nadie, al que su compañero de equipo había alejado casi a medio minuto antes de producirse su retraso por un pinchazo, se encontró con la gloria, posiblemente, antes de tiempo. Y a su vera un Timo Glock -algo estará haciendo bien Toyota-, con el que coincide en su reciente pasado en la GP2. El alemán bastante había hecho este año con entrar en los puntos una solitaria vez -cuarto en Canadá-. Ver para creer. Y Raikkonen montando el belén para los finlandeses, a pares en el cajón.

Reivindicando un Vappu (fiesta popular del 1 de mayo) en periodo estival. Una tercera plaza del podio que bien pudo haber sido para Alonso. Esta vez, sí.