Un verano atípico

asan los días y el reducido grupo de personas que consideramos que el Cádiz se merece estar la próxima temporada en Segunda B ya hemos alcanzado la gradación de apestados y la que nos espera como se logre la permanencia. Ni a Franco -con los triunfos del Madrid- se lo ponían tan fácil como a Antonio Muñoz, que ha logrado que el verano de 2008 se vaya a recordar como el más atípico que se está viviendo en Cádiz. Todo -los bolsillos bajo mínimos, Ricardi, el circuito urbano de la avenida del puerto, el Tour, la música en el Castillo de San Sebastián- ha pasado a un segundo plano. Lo que nos tiene en vilo es el porvenir que le aguarda a un club que después de un ridículo espantoso -que se ha alargado 10 meses- insiste en evitar por la patilla el lugar que le corresponde. El meollo del asunto ha sido la inmediata, monocolor y sumisa respuesta de ciertos colectivos que asumen sin tapujos el rol de poderes fácticos. Grupos que se sienten en propiedad de la verdad absoluta y para los que quienes no comulgan con ella son unos infelices que no merecen ni el suelo que pisan. Aquí, para regocijo de los que han pasado de estar en la lista de individuos bajo sospecha a que ahora se promueva incluso su santa beatificación, se han alineado desde la federación de peñas (incansables guardianes de todo lo que huela o suene a cadismo), hasta los políticos (dispuestos a vestirse del Cádiz con tal de una foto y unos cuantos votos), pasando por los que han convertido este despropósito en otro episodio que nos reubica en esa jaleosa, pero insulsa España de los Martínez Soria. Pero el premio gordo de esta decepcionante realidad se lo lleva esa pandilla de fanáticos fundamentalistas que amparándose en el anonimato utiliza la descalificación como arma arrojadiza de su estéril mente; con lo sano y edificante que resulta salir de la madriguera para poder decir las cosas a la cara y a plena luz del sol.