GUARDIA. Un policía con escopeta en la mano vigila uno de los accesos a Pekín. / EFE
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Juegos bajo «toque de queda»

El exceso de celo del Gobierno chino para garantizar la seguridad, con los controles y clausurando locales, puede acabar con la diversión de las Olimpiadas

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Pekín se ha blindado para la celebración de los Juegos Olímpicos, que se caracterizarán por unas draconianas medidas de seguridad propias de un régimen autoritario como el chino. Así, la ciudad ha sido tomada por 110.000 policías, soldados y comandos antiterroristas que se encargarán no sólo de garantizar la paz y el orden durante las Olimpiadas, sino también de impedir que los disidentes y defensores de los derechos humanos se manifiesten contra el Gobierno.

Al riesgo de protestas populares debido a las cada vez mayores desigualdades sociales entre ricos y pobres, así como a los abusos de poder por la corrupción que impera entre las autoridades a nivel local, se ha sumado en los últimos días la amenaza terrorista. Aunque el Gobierno ha alertado de que Pekín 2008 está en el punto de mira de los grupos separatistas de Xinjiang, que luchan por la independencia de esta región del noroeste de China con mayoría de población musulmana de la etnia uigur, ha descartado su relación con los últimos atentados registrados en el país. Entre ellos, destacan las recientes explosiones en autobuses de Kunming, capital de la provincia sureña de Yunnan, y Shangai, reivindicados en un vídeo colgado en internet por un grupo que se hace llamar Partido Islámico del Turkestán y que ha jurado llevar la «yihad» a los Juegos con terroristas suicidas y hasta con armas biológicas.

Cacheos en el Metro

Al margen de la veracidad de dicha amenaza, que aún está por comprobar, la psicosis terrorista que ha cundido en China ha obligado a las autoridades a extremar la vigilancia. En el Metro, se han instalado escáneres para detectar posibles explosivos ocultos en los bolsos y mochilas, mientras que miles de agentes de seguridad cachean a los pasajeros con detectores de metales similares a los que se utilizan en los aeropuertos.

En la emblemática plaza de Tiananmen, donde murieron cientos de universitarios en el aplastamiento de las manifestaciones democráticas de 1989 y frecuente escenario de las protestas del perseguido culto religioso «Falun Gong», la Policía registra por doquier a los turistas. «Todo el que entre en la plaza deberá pasar por los controles de seguridad, que incrementaremos a medida que aumente el número de visitantes», explicó el subdirector del comité que gestiona este espacio público, Jia Yingting.

Caza al que se queja

Los agentes no sólo buscan bombas o artefactos incendiarios, sino también los pasquines de denuncia que suelen lanzar al aire los «peticionarios», como se conoce a todos aquellos agraviados por las injusticias del régimen que, siguiendo una antigua tradición imperial, acuden a Pekín para quejarse ante el Gobierno central.

Sin embargo, este riesgo parece haber sido ya neutralizado porque miles de «peticionarios», mendigos y emigrantes rurales procedentes de las provincias más pobres han sido expulsados de Pekín durante los últimos meses. Para ello, la Policía ha llevado a cabo redadas y ha inspeccionado restaurantes, tiendas, obras, hoteles y hasta bloques de viviendas casa por casa.

La «caza al indeseable» no se ha ceñido sólo a los chinos, sino que se ha extendido a los extranjeros, ya que miles de expatriados, algunos de los cuales llevaban varios años estudiando o trabajando en China, se han visto obligados a abandonar el país porque las autoridades no les han renovado sus permisos de residencia.

Además, los consulados han restringido al máximo sus visados de turista, exigiendo a los viajeros una reserva de hotel ya abonada, una entrada para los Juegos o una carta de invitación en caso de alojarse con algún amigo o familiar residente en China.

Para dar buena imagen ante los 500.000 turistas que se esperan en la capital este verano, la Policía ha clausurado numerosos bares, locales de alterne, karaokes, saunas y salones de masajes, escenario encubierto de la prostitución que abundaba en el Pekín pre-olímpico.

La capital china no quiere verse sorprendida en los Juegos como un ataque como el que los terroristas islámicos de Al Qaida perpetraron en Nueva York y Washington en aquel apocalíptico 11-S de 2001, por lo que han optado, como siempre ocurre en este país, por cortar por lo sano.