ANABOLIZANTE

Caetano Veloso

Ya antes de asistir al concierto tenía yo en mente la columna que iba a escribir: estremecida, lírica, arrebolada, arrebatada, llena de epítetos y metáforas.

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Empecé a caminar por el paseo que lleva al Castillo, imaginando las primeras líneas: «Oh, Caleta, marco incomparable». Pero después de media hora andando, me dije: «Voy a necesitar una columna entera nada más que para el camino».

La explanada donde estaba el escenario me maravilló. Nos sentamos en cuarta fila. No cabía en mí de gozo. Fui a por unas copas y me cobraron diez euros por dos cubatas en vaso de plástico. Me repuse del clavazo en cuanto Caetano salió al escenario. Grité como una chiquilla, y hubiera llorado de emoción de no ser por una capulla que tenía enfrente que, espídica perdía, empezó a hacer fotos, a enseñárselas a la gente de al lado, a charlar, a llamar por teléfono durante todo el concierto. Yo quise callarla, insultarla, luego abofetearla, y finalmente asesinarla, pero fue inútil: me dio el concierto. A mí, que tenía preparado mi mejor arsenal de lágrimas para escuchar al ídolo Cuando me vine a dar cuenta, el ídolo ya estaba haciendo el bis: dos canciones, medio bailecito, y pa casa a tomarse un termalgín. Me quedé plof: había pagado cuarenta euros por ver a un gachó solo con una guitarra a través de los movimientos espasmódicos de una loca. Pensé: «Se lo ha llevao calentito. Por lo menos, le dará una manita de betún de judea a la guitarra, digo yo, por hacer un gasto ». Luego, encima, vi a un colega al que no esperaba en el concierto: «¿Cuarenti?», le pregunte extrañada. «No, conviati, como tutti il mundi». Por eso, a la salida, cuando pisé un mojón de los que últimamente vuelven a abundar por Cádiz, no pude más y grité: «¿Caetano, cógemelo con las dos manos!», sumergiéndome así en el más atroz de los prosaísmos. Ya lo dijo Germán Coppini, «Malos tiempos para la lírica».