La noche que cambió la historia
El asturiano Fernando Alonso vuelve a Hungaroring, donde hace un año McLaren le dejó claro que no iba a sumar su tercer título mundial consecutivo
Actualizado: GuardarLa velada transcurría en torno a un picoteo de última hora en el bullicioso corazón de Budapest. Las terrazas rebosaban de público y muchas de las conversaciones incidían en el surrealismo vivido horas antes en el circuito de Hungaroring. Ver a Ron Dennis descompuesto, marcando el brillo de su colmillo tras la comisura de sus labios en evidente gesto depredador después de que sus pilotos habían logrado el doblete en la calificación del Gran Premio magiar, era cuando menos insólito. Y poco entendible. Hasta injustificable. Carente de un mínimo de cordura. Los ataques furibundos a un par de pizzas y ensaladas compartidas como único manjar disponible a media noche suponían el oasis de una jornada interminable que acabó cambiando la historia de la F-1. Sí, fue la famosa parada alargada en el pit lane de un Fernando Alonso que, desconocidos los detalles, había quedado para el mundo como una especie de fugitivo egoísta capaz de todo para congelar la voluptuosa ambición de su compañero Hamilton.
Kovalainen renueva
Ron Dennis, el jefe de McLaren, se ha mimetizado con el verde de Hulk para rebatir a sir Jackie Stewart esta semana, porque el escocés vino a decir que al bueno de Kovalainen, que ayer renovó con McLaren, le espera un papel de títere con Hamilton al lado, como se vio en Alemania cuando descaradamente le dejó pasar en carrera. Dennis ha amplificado en la prensa que sobre el quicio de entrada de su niquelado team figura la máxima de la igualdad entre pilotos, «como siempre ha sido norma en esta casa y hemos cumplido a rajatabla», ha dicho sin que se le saltaran de inmediato los empastes por un ataque de risa. Lo comenta un año después de la más palpable demostración posible de trato no paritario. En Hungría'07, Alonso comenzó a perder la senda de la gloria. La movida de Hungaroring, se supo después, fue provocada por la sublevación de Hamilton. El sonriente y siempre correcto delfín de Dennis dejó de serlo en el trazado cercano a Budapest. Le cegó la ambición que nutre su existencia. Se negó a aceptar la planificación del equipo durante la calificación, se saltó la escaleta al salir primero al 'pit lane' antes de la Q3 cegando el lugar pactado para Alonso y acabó compuesto y sin la vuelta extra de postre que en esta ocasión McLaren había horneado para el español. «Es difícil jugar limpio con Alonso», descargó el inglés a distancia, ya que no quiso compartir la reunión mediática con el resto de los suyos en el motor home de la escudería. «Esas caras son porque el que ha hecho la pole he sido yo», aplicó el ovetense el necesario octanaje a la hoguera.
La FIA vio raro aquel incidente y decidió, craso error e injusto planteamiento, meter el morro en un problema de familia que no afectó a nadie ajeno a McLaren. Idas y venidas y mil y un rumores sin confirmar para nada. Eran casi las once de la noche cuando el circuito despedía a los últimos periodistas. La otra misión vital era buscar sustento sin saber que el volcán había entrado en erupción. La temporada estaba en su punto clave. Hamilton (70), Alonso (68), Massa (59) y Raikkonen (52). Salir primero en Hungría es sinónimo de ganar. Para Alonso, autor de la pole, se abría el cielo, ya que después el Mundial viajaba a Turquía e Italia como destinos inminentes de un resto de calendario absolutamente propicio a sus cualidades e intereses.
Esas eran las cábalas cuando los cafés cerraban la improvisada cena. Los teléfonos comenzaron a sonar ya en horario dominical. Hecatombe. Los gurús de la FIA deciden sancionar al equipo británico que, no hay que olvidarlo, se hallaba en capilla del caso de espionaje a Ferrari. Bueno, al que realmente crujieron fue a Alonso. Sus diez segundos extra de parada en boxes que impidieron a Hamilton dar una vuelta extra que sí aprovechó el ovetense se saldaron con cinco puestos de retraso en la formación inicial.
¿Por qué?, era la pregunta del millón. En la sentencia se reconocía que el bicampeón había cumplido las órdenes de sus superiores sin que, además, ese conflicto afectara a terceros.
Esa investigación, que quedará en la historia como propia de Mortadelo y Filemón, sirvió al menos para verificar que hay dos Hamilton. Las comunicaciones por radio desvelaron el tono nada filial con que trató a su padre deportivo cuando éste le recriminó y ordenó hasta cinco veces que modificara su comportamiento y dejara pasar en la pista a Alonso. El inglés acabó ganando una carrera que no se festejó en McLaren, equipo que no pudo sumar los quince puntos reunidos por sus pilotos en aquella cita.
Poco importó dado que al final los perdió todos en la sentencia del caso de espionaje. Pero Alonso dejó Hungría sabiendo que no iba a ganar su tercer título consecutivo. En adelante, el equipo le dio la espalda y no le trató con la exquisitez que decora la vida de los campeones. Su apresurada marcha de Hungaroring incluía el marchamo de la despedida. A orillas del Danubio se dio de bruces con la realidad, la que le ha llevado a la situación que vive en la actualidad. En su punto deportivo más bajo, recién chuleado por su compañero Piquet en Alemania, con sólo la mitad de sus actuaciones traducidas en puntos, sin ningún odio este curso y camino de un año sin ganar. De no haber mediado aquella noche maldita húngara, esto no estaría pasando.