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CRÍTICA DE TV

¿700?

Yo quería hablar hoy del retorno de Mentes criminales, que vuelve sin Mandy Patinkin, el inolvidable Iñigo Montoya de La princesa prometida. Pero no va a quedar más remedio que hablar de 700 euros, diario de un call-girl, la nueva producción de Diagonal TV para Antena 3. En los foros de Internet he leído ya críticas extremadamente acerbas sobre este producto. Creo que, en general, todas tienen razón. 700 euros es indefendible la cojas por donde la cojas. Para empezar, la serie ha elegido un eje temático del que ya vamos estando hasta el gorro: la prostitución de lujo, asunto que en el último par de años hemos visto no menos de diez veces en televisión, generalmente bajo el tratamiento de información-morbo, ese nuevo género de la pantalla española. ¿Por qué tanto interés en la prostitución de lujo? Las respuestas darían para otra columna, pero más en el registro de la divulgación médica, ramo de las monomanías, que en el de la crítica de televisión. Después, la cadena (o tal vez fue la productora) anunció que la serie era muy novedosa porque nunca se había tratado ese mundo de la prostitución de lujo en la tele; decían tal cosa a los pocos meses de que cerrara la tienda Sin tetas no hay paraíso (¿o era Con tetas y a lo loco?), uno de cuyos ejes argumentales era precisamente ese.

JOSÉ JAVIER ESPARZA
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Ahora, una vez llevado a pantalla el engendro, a uno se le cae el mando a los pies. 700 euros se presentaba con un reparto que permitía hacerse algunas ilusiones; todas han quedado defraudadas a los diez minutos escasos de emisión. Los actores se mueven por el escenario como si estuvieran en un teatro de aficionados, lo cual suele ser culpa más del director que de los actores. Los diálogos son tan forzados, tan artificiales, que el curso de la acción se hace inverosímil (para la historia cómica de la inconsistencia televisiva quedará esa escena, inmortal, de un joven que invocaba a gritos espontaneidad y naturalidad con la afectación más artificial jamás vista). Los personajes están pintados con trazos tan simples, gruesos y elementales, que parecen no ya de cómic, sino de tebeo (y el matiz tiene su importancia).