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VUELTA DE HOJA

Cuidado con las denuncias

He vivido lo suficiente para desconfiar de los anuncios y de las denuncias. Dicho de otra manera: no me fío de los crecepelos, ni de las acusaciones retrospectivas y descreo, por igual, de los caldos de gallina concentrados que de ciertas señoras, cuyo comportamiento acaso permita establecer un parentesco con el de las gallinas, cuyo único deseo es hundir a sus maridos. He escrito en mu-chas ocasiones sobre la brutalidad masculina, deplorando que ostentemos el récord de asesinatos. El español «de pura bestia», que dijo César Vallejo, está convencido de que su mujer -él la llama «mi señora»- forma parte de sus propiedades. O suya o de la tumba fría. Si se va con otro o si se va para estar con ella sola, decide matarla, más que nada para que no pueda tener ninguna de esas opciones.

MANUEL ALCÁNTARA
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Lejos de mi intención, que por otra parte sería inútil, oponerme a la estadística. De cada cien crímenes de género, que es como ahora se denominan los asesinatos matrimoniales, más de 90 tienen como víctimas a ellas. La secreta lucha de los sexos se ha hecho pública y el combate está muy desnivelado, pero, con el debido permiso, quiero reparar en la terrible situación de algunos hombres calumniados. Su pareja les abandonó, alegando que no era feliz, abandonó el hogar y se llevó a las pequeñas criaturas cuyo hospedaje en el mundo hicieron posible entre los dos. El señor juez se las concedió en exclusiva a la madre y, para compensar, el abandonado debe atender su manutención.

Me suscita estas impopulares reflexiones el caso de ese alcalde adúltero -alguien dijo exageradamente que los hombres se dividen en niños y adúlteros- acusado de violación por una edil con la que tuvo relaciones sexuales durante siete años. Tiempo suficiente para haberse acostumbrado.