Padilla no repite
El diestro jerezano no pudo refrendar su proeza de San Sebastián ante un lote de 'Victorinos' que lo superó
Actualizado: GuardarFue una hermosa y distinguida corrida de Victorino. Muy pareja en artillería, las caras tan iguales que no sería un conflicto enlotar toros. Las cajas sí fueron diferentes. Cuarto y sexto pasaron de los 600 kilos. Y casi llegó a ellos el segundo. Las básculas de Santander son del todo fiables. Esta es tierra de buena carne. Esos tres toros de peso se abrieron con buen criterio. Pero cada uno de una manera distinta: el segundo, negro entrepelado y alto de agujas, fue toro noble y con fijeza, pero llamativamente tardo. Con más empuje que voluntad. Hubo que engancharlo. Con él hizo la faena más seria y de más fondo de toda la tarde Antonio Ferrera. La de más razón, sitio, temple y poder.
La más paciente porque, por tardo precisamente, demandaba paciencia el toro, que se frenó al principio y remoloneó más de la cuenta después. Curiosamente, la faena vivió el chasquido de dos desarmes, y, sin embargo, no hubo un solo muletazo enganchado. Trasteo limpio y lógico, bien medido, aunque lo castigara un aviso antes de montar Ferrera la espada. Por las dos manos ligó tandas Ferrera, que estuvo puesto desde el mismo instante de soltarse el toro: lo lidió con criterio y, compartiendo tercio con Padilla, lo banderilleó con facilidad. La estocada, precipitada peor valerosa, cayó algo trasera. Tres descabellos. Ferrera fue sacado a saludar con una cara ovación de reconocimiento. De esos tres toros de 600 por barba, el más bondadoso fue el cuarto, de felina postura en la primera salida. Tardo y blando en dos varas mal discurridas, fijo pero algo dormido en banderillas y, al fin, pastueño en la muleta. Tan bondadoso que estuvo a punto de rajarse en un momento dado. Dócil embestida casi al ralentí, pero de sorprendente suavidad.
Para disfrutar del toro. Padilla optó por la fórmula achampañada: de mucha espuma una faena populista, donde los desplantes contaron más que los embroques. Fueron más los tiempos muertos que los otros. Las peñas de sol, remedo menor de las gradas de Pamplona, estuvieron con Padilla y sus gestos de galería. Los que midieron las posibilidades del toro sintieron que se iba una ocasión de oro. Una estocada tendida y desprendida con vómito. No hubo mayoría de pañuelos, se enrocó el palco y Padilla dio una malhumoradísima vuelta al ruedo. Con algún voto en contra.
Mansuna
El sexto, muy badanudo, de densa lámina y cierta mansuna de fondo, salió también bondadoso. Aunque escarbara. A pesar de adelantar por las dos manos. Pero sin llegar a reponer. Pero tuvo fijeza, no fiereza. No le cogió el aire más que en contados momentos sueltos Diego Urdiales. Nervioso y tenso el torero de Arnedo, sorprendido en casi todas las bazas, muy chillón, inseguro.
No encontró manera ni de empezar ni de terminar tampoco. La otra mitad de corrida fue muy distinta también. El quinto fue la prensa peligrosa que no falta en una victorinada clásica. Revoltosa y feroz lagartija, se revolvió a medio embroque ya en capotes. Pegó una coz al soltarse de un burladero y ese detalle lo retrató. Ferrera apostó por él y lo hizo cambiar con una sola vara. Crudo, el toro desarrolló sentido. Andarín, arreó estopa y tarascadas en todos los viajes. Fue toro artero. No perdió los nervios Ferrera, que supo torear sobre los pies cuando no hubo más remedio. Los seis muletazos de pitón a pitón con que igualó al toro fueron una de las cosas más lindas de la corrida. No tuvieron eco. Un respeto para el torero extremeño, que está sobradísimo. En gran profesional. A ese trueno de toro lo quebró en los medios dejándolo de largo venir en banderillas.