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Un pobre hombre

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Rafael Ricardi ya está en su casa. Trece años de su vida los ha pasado en prisión por un delito que no cometió, como es sabido, y ahora descansa, aguarda una indemnización y decide qué va a hacer con la vida que recupera, con la familia con la que apenas se ha relacionado estos años. Como él, sospechan gente en contacto con el mundo penitenciario, hay más de uno en las cárceles españolas. Otros, como el bestia que mató a Mariluz, están condenados y en libertad. En las oficinas judiciales españolas muchos trabajan a destajo, pero muchos más ven cómo el polvo se acumula sobre los expedientes sin perder de vista la hora de salida. Un país con esta Justicia es tercermundista. Las reformas pactadas por Zapatero y Rajoy en su reencuentro del miércoles -¿por fin!, como decía en estas páginas Juan Carlos Campo- son piedra angular del Estado de Derecho.