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Editorial

Compromiso transatlántico

La apelación de Barack Obama a reforzar las relaciones transatlánticas para resolver problemas «que ningún país puede resolver por si solo», sintetizan el núcleo del mensaje que, con considerable éxito, ha manejado el candidato demócrata en su viaje por los puntos calientes de la escena internacional que finalizó ayer. Obama ha logrado ganarse el respeto de la opinión pública europea con un discurso mezcla de optimismo y encanto personal que proyecta la imagen de un líder decidido y con una visión certera de los problemas mas acuciantes para su país y para la comunidad internacional. Exponiendo ante los ojos de Europa una capacidad de liderazgo político y de comunicación inhabitual en la generación de dirigentes de la Unión, ahora huérfana de hombres de estatura histórica, ha demostrado que es posible arrumbar el anti-americanismo que abrió una profunda brecha trasatlántica con la invasión de Irak y dividió a los países europeos. En Berlín, ante 200.000 personas, Obama habló como un creíble líder mundial que, si llega a la Casa Blanca, anuncia un esfuerzo por renovar la complicidad económica y política entre las dos orillas del Atlántico para abordar, junto con Europa, los serios desafíos urgentes que abarcan desde el terrorismo internacional al cambio climático, pasando por la emergencia de potencias de primer orden en Asia con tendencias peligrosamente autocráticas.

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Aun es pronto para evaluar si la gira internacional de Obama ofrecerá rendimientos igualmente positivos en su pugna por conseguir el apoyo un electorado norteamericano cansado de una política exterior asociada a importantes hipotecas en lo económico y un gran esfuerzo en lo militar. Pero, en cualquier caso, la oferta de Obama hacia Europa obliga los responsables políticos de la Unión, que durante los últimos años se han centrado en criticar o seguir pasivamente la política de la administración Bush a de crear los medios necesarios para que Europa hable con una sola voz en los principales foros políticos y económicos internacionales. Por ello la hora de Obama -o de McCain- a partir de febrero de 2009 será también la de los europeos, que deben responder a la pregunta de si están preparados para ser socios fiables, persuasivos y eficaces de la única superpotencia democrática del planeta.