San Sebastián: castillo de dudas en su puesta de largo como escenario
El ensayo de anoche demostró las posibilidades del recinto
Actualizado: GuardarSan Sebastián ha sido fortín, presidio, cuartel, escenario de películas y, desde anoche, es un inmenso almacén de preguntas ilusionadas o temerosas. ¿Por qué no lo hemos aprovechado antes? ¿Cómo es posible que un lugar tan maravilloso esté aún sin destino concreto? ¿Cómo será por dentro? ¿Cómo sonará la música si sopla viento? ¿Cómo se sale de aquí si hay cualquier incidente? ¿Dónde se aparca? Desde anoche, están todas servidas y hay cuatro años para contestarlas. Lo de ayer fue un inmenso ensayo. Ilusionante, apresurado, prometedor, pero destinado a contestar todas estas interrogantes que las administraciones, al menos, ya tienen sobre la mesa para empezar a trabajar sobre realidades y buscar respuestas exactas.
Las primeras conclusiones, por más obvias que resulten, precisan de soluciones. Es un lugar de difícil acceso, hay que aparcar lejos y es preciso recomendar al personal que llegue a pie. Muchos de los más de 4.000 asistentes lo pasaron mal para aparcar. Los estacionamientos de alrededor estaban completos varias horas antes. El alcalde de Conil, dando vueltas en su coche particular, representaba a muchos más ciudadanos. El fiscal jefe de Medio Ambiente, Ángel Núñez, ejemplificaba al sector de los precavidos. Llegó en moto, aparcó sin demora, y cogió el caminito del castillo mágico.
El primer control de acceso estaba, tan solo, diez metros después de atravesar el arco de La Caleta. Allí ya pedían entrada, invitación o acreditación. Sólo sus dueños podían iniciar el recorrido sobre el mar, que anoche era especialmente hipnótico, aún con la última luz, gracias a la pleamar que llevaba olas transparentes hasta el borde del camino. Tras la caminata, larga para los que no la esperaban, según comentarios espontáneos, la entrada triunfal. La incógnita del viento, se aplaza. Levante y Poniente honraron a los asistentes con su ausencia. Se les agradece.
Todo por hacer
El Castillo de San Sebastián apenas se ha lavado la cara tras años de mugre y abandono. Algunas macetas, un camino de vallas, la iluminación mínima, poco más. Tiene aspecto de poblado de Western, con sus mil desconchones y sus paredes desnudas. Todo por hacer. La seguridad es abundante pero, aunque todos hayan mirado para otro lado, alguien tendrá que afrontar la realidad antes de que pasen cuatro años. A la entrada y a la salida, el estrecho pasillo sobre el mar que sirve de único acceso se llena como una calle viñera en Carnaval. Si un coche de Policía o una ambulancia tuviera que recorrerlo deprisa, la gente tendría que saltar al mar o a las rocas. O el coche no avanzaría. No hay tercera alternativa.
Muchos agentes, muchos porteros, algunos especialistas en seguridad con traje de neopreno, dispuestos para tirarse al agua si fuera preciso. Algún tenderete en el Cuerpo de Guardia y, finalmente, tras otros 200 metros intramuros, la explanada del escenario. Ordenado auditorio. Error de novatos dejar sin numerar las entradas en un espectáculo de 40 euros. El que cogiera la primera fila, para él. Lujosa zona VIP en lo alto de una muralla. Gran escenario. Vuelven las preguntas. ¿Cómo no hemos venido antes? ¿Qué harán exactamente aquí? ¿Habrá auditorio cubierto? ¿Saben en Cádiz que esto es una maravilla?
Vuelven las interrogantes. Pero, desde ayer, hay un ensayo para empezar a contestar. Los gaditanos (inmensa mayoría frente a los turistas) han empezado a saciar su curiosidad, pero quedan dudas. Han descubierto que su efeméride, la soñada residencia de sus ilusiones doceañistas, tiene un palacio en el que vivir. Pero precisa todas las reformas. La visita de ayer permite empezar a identificarlas.