COGIDA. López Chaves, en el momento de ser corneado. / EFE
Toros

López Chaves, herido grave

Corrida pobre de Fuente Ymbro, con serio incidente en el segundo toro y triste despedida del coso de Pepín Liria, que tuvo que matar tres animales

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La tarde de su despedida de Santander Pepín Liria tuvo que matar tres toros. De Fuente Ymbro los tres. Los dos que deparó el sorteo y uno que se dejó López Chaves. Chaves, que es torero de grandes detalles, le brindó a Pepín el se-gundo de la tarde. Tal vez porque ésta iba a ser la última vez que alternaran juntos. Estuvo a punto de no poder ni siquiera brindárselo, porque para entonces llevaba ya en el muslo derecho una cornada de veinte centímetros. El toro se venció en el embroque de un cite de largo cuando Chaves pretendía llevarlo al caballo. No fue cogida fácil de ver ni prever. Hubo dos volteretas casi seguidas. Estaba crudo el toro, armado en temible y astifina cuchara, gacho pero acapachado y recogido. Los cuernos como un manillar. La cornada debió de llegar en la segunda de las dos cogidas. La paliza fue seria. Destrozada la taleguilla por la culera, hecha jirones. Chaves ni se dolió. Es proverbial su entereza. Tanta que decidió apechugar hasta el final con el reto.

Caóticamente lidiado porque las dos cogidas trajeron de contera un cargado desorden, escarbó mucho, el toro se defendió, pegó gaitazos. La pelea de Chaves, cuerpo a cuerpo y a la desesperada, tocó la fibra sensible de la mayoría. Dos pinchazos, una entera ladeada, un descabello. El otro toro del lote de Chaves vino a jugarse de sexto. Se corrieron turnos según costumbre. Ese fue el del adiós de Pepín. Papeleta resuelta a base de oficio, tablas, listeza y carácter.

El toro no hizo al principio otra cosa que arrear y arrollar sin acabar de fijarse. Un puntito de temperamento. No genio. Le dio candela Pepín, lo engañó, lo sometió, lo toreó sobre los pies pero echándole la muleta a los morros y de acá para allá lo dejó gobernado y sumiso. No como un guante, pero sin sufrir Pepín aparentemente nada. Y eso fue lo difícil.

Al soltarse el quinto de corrida empezó a llover. No una galerna, sino todo lo contrario: un chaparroncita. Hubo discreta desbandada en los tendidos de peluquería, se dejó de prestar atención y las estampiditas mansas del sexto provocaron una medio bronca a la cántabra.

Muy oportuna, la banda de música acompañó la última faena de Pepín con el Martín Agüero, del maestro Franco. Las notas de ese octogenario pasodoble, tan clásico de las ferias del norte, amansó a la fiera, o lo que de fiero tuviera el toro de Fuente Ymbro. De bella pinta: castaño lombardo, bien puesto. Interesante y guerrero pese a haberse blandeado de manso en el caballo. Y a pesar de su estilo corretón primero. Ninguno de los tres toros de la despedida dará mayor gloria ni al ganadero que los crío ni al propio Pepín, que despachó los dos de lote sin agobios ni apreturas. Sin romperse la cabeza ni dejarse ver.