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Karadzic como expaiación

La captura de Radovan Karadzic, refleja con toda claridad la complejidad del escenario político serbio hasta producir una auténtica primicia mundial: es la primera vez que un Ministerio del Interior, es decir, la Policía, se apresura a decir que no tiene nada que ver con la detención del prófugo. «Es cosa del Consejo de Seguridad Nacional, no nuestra», declaró ayer en Belgrado un portavoz del ministerio al que solo le faltó decir que, como el común de los mortales, se había enterado de lo sucedido por la radio.

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La prueba de lo embarazoso de la situación es que, además de Interior, tampoco quiso avalar la captura el Partido Socialista (del difunto Milosevic), que forma parte de la coalición de Gobierno y la hace posible con su puñado de escaños. El partido dijo que, por principio, «se opone a la extradición de serbios».

Como tal principio, está mucho más extendido de lo que parece. En Estados Unidos, sin ir más lejos, es inimaginable, por ejemplo, pensar que uno de sus nacionales pueda ser extraditado para juicio en el extranjero y los Tratados con terceros exigen siempre que pueden inmunidad para los suyos. Pero las cosas son como son y los delitos atribuidos a Karadzic son gravísimos y, además, hay una instancia internacionalmente creada para juzgarlos, el TPI.

Sea como fuere, la detención inesperada del prófugo es hija de la necesidad psicológica de la expiación colectiva y de la situación creada en Serbia por las Elecciones parlamentarias del 11 de mayo, que permitieron la creación por muy pocos escaños, de una mayoría aparentemente contra natura entre la coalición pro-occidental y pro-UE inspirada por el presidente Boris Tadic y el viejo Partido Socialista de Milosevic.

Los fieles del socialista-nacionalista sabían, cuando aceptaron pragmáticamente ser parte del gobierno, que Serbia había cambiado y que la entrega de Karadzic era solo cuestión de tiempo. La caída del primero es, en realidad, un ejercicio de 'realpolitik'.