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La ley no escrita

Pruebe usted a meter a 20.000 personas en el mismo recinto. Poco importa si la excusa es el fútbol, las carreras de caballos, el ajedrez o un concierto de Tom Waits. En ese tajo al espectro sociológico de cualquier ciudad se cuela buena y mala gente, torpes, listos, abogados, camellos, proletarios y titiriteros. Lumbreras y zoquetes. Cualquier juicio de valor que tienda a generalizar, sin los necesarios matices, se cae. Hablar de la afición, en realidad, es especular sobre un conjunto diverso y disperso a los que une la querencia visceral por una camiseta.

Daniel Pérez
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Sin embargo, en todo lo que tiene que ver con El Equipo, esa pluralidad de perspectivas, ideas u opiniones, está casi siempre sometida a una especie de ley no escrita que margina (si no condena) al que osa discrepar. Salvando las distancias (El equipo es mucho más importante), la actitud de esos guardianes de la Verdad recuerda a la de los ultraconservadores americanos ante Vietnam.

Cuando se alzaron las primeras voces críticas contra la guerra, la consigna institucional estaba ya nítidamente definida: «Si no militas, como un borrego, con las decisiones del Gobierno, aunque éstas sean erróneas, inmorales o atenten contra los derechos humanos, es que Tú no eres un verdadero patriota». Esa falsa disyuntiva, demagógica, maniquea, priva al individuo de su personalidad y lo somete a los delirios de la masa, aunque a veces sean ridículos, mezquinos, engañososos o descabellados.

No se obedece al criterio más lógico, sino al más agresivo, ruidoso o integrista, por miedo a quedar estigmatizado con la insufrible etiqueta de traidor. Yo no quiero ser menos americano (coloque aquí su adjetivo) que tú. Así que cerraré los ojos. Así que cerraré la boca.Y me limitaré a berrear.