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Una de gallegos en la semana del diluvio

Tenía yo pensado escribir esta semana sobre un libro de García Pavón, El reinado de Witiza, que resulta de lectura muy recomendable y veraniega, teniendo en cuenta que transcurre en Tomelloso en pleno mes de Agosto- siempre es un consuelo saber que peores veranos haylos-.

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En la novela uno de los personajes, Antonio El Faraón, el putero del pueblo y uno de los tipos más divertidos de la novelesca española de posguerra, elabora un catalogo de tetas que no tiene desperdicio.

Como digo, esas eran mis intenciones, cuando el lunes a las cuatro y diez pasose Noé por la calle Lealas haciendo parada delante de mi casa y del escaparate de López Cepero, y me recordó con aparato de luces y truenos que tenía pendiente un artículo sobre los gallegos afincados en Jerez. Este es un asunto que, teniendo en cuenta que mi abuela materna era de Betanzos, más que una deuda era una obligación.

Poco antes de morir, él por supuesto, me encontré con Enrique el gallego (Enrique Castelao Puentes, oriundo de La Estrada, Pontevedra ) a la altura de su bar Adeli, a la vera del Ayuntamiento, y me comentó los problemas que estaba teniendo con el susodicho a cuentas de la licencia de su pequeño bar en la Plaza de Abastos. Teniendo en cuenta que su licencia le fue concedida en 1954, y que Enrique era incapaz de no pagar un sello o incumplir ni el quinto mandamiento, le aconsejé que se asesorara legalmente y recurriera. Su respuesta no pudo ser mas gallega, «Benítez, que más quisiera yo, pero, ¿tú sabes que yo no soy de aquí?». Aquellos que conocieron a Enrique, sobre todo en los últimos tiempos, saben que no se le podía responder nada. Puedo hablar de esto con cierto conocimiento por que fui vecino de negocio de el gallego en el Bar Victoria en la plaza Plateros durante treintaicinco años, cuando aún existía parada de taxis enfrente de San Dionisio. Enrique era un gallego pelín esaborío, que no hizo otra cosa en su vida que trabajar, dando paseos arriba y abajo con una bandeja de cafés. Podría haber ido andando a su pueblo de origen y volver unas setecientas veces, así, a ojo de buen cubero. Y ahí están para corroborarlo todos los puesteros de la Plaza.

Una vez metido en faena me acerqué a Los tres reyes, aconsejado por la hija de Enrique, y allí conocí a Andrés Diego, otro que tal, pero que parece que se ha tomado la vida con más calma y sabiduría. Andrés Diego, Santa María de hoya, Pontevedra, apareció por Jerez hace sesenta y cinco años por designios familiares cuando iba camino de Venezuela, y aquí sigue ya jubilado, al pie de sus Tres reyes pero disfrutando. Al parecer, ninguno de sus hijos quiso seguir en el negocio, y bien que hicieron, uno es ingeniero en Cádiz, el otro médico en Benidorm y una hija enfermera en Algeciras. Él me ha contado algunas cosas que, en estos tiempos que se avecinan conviene no olvidar, aquella época de chicucos que, apenas adolescentes, venían de la miseria a ejercer de dependientes y dormían detrás de las barras de los comercios hasta hacerse con un capitalito que, despúés de una vida de abdicaciones y muchas, pero que muchas horas de trabajo, lograron casi todos fabricar un futuro para sus hijos. Ahí esta Antonio el gallego de la Constancia, también de La Estrada, el freidor Gallego de la calle Arcos y muchos más que seguro se me me han quedado en el tintero de la ignorancia o la desmemoria.

Y ahora que me vengan a mí con los sobresueldos municipales por hacer lo mínimo que es exigible en cualquier empleado, máxime con plaza fija de funcionario, cumplir con su horario de trabajo hasta el último minuto.

La semana que viene les prometo que se van a divertir con el catalogo de tetas y las ilustraciones de los dos pepes, Yáñez y Basto.