Cádiz no quiere ser grande
Al grito de «¿Cádiz: Una, Grande y Libre!», Rafael Román parece haber puesto sobre la mesa, de nuevo, el crucial tema del decreto de las grandes ciudades. Para colmo los datos económicos, si en España no mejoran, aquí menos. Y no cabe duda, que por mucho que queramos, de una u otra manera, Cádiz ha dejado de ser grande. Ni si quiera para el fútbol es una ciudad de primera, ni para su festival de cine, ni para su teatro; solo la felicidad permanente y su sonrisa, que les vendemos en pegatinas a los turistas, parece ser de excelencia. Ello nos lleva a un diagnóstico de la población que yo definiría como el del estado catatónico, que los especialistas definen como una actividad motora muy lenta (muy lenta, muy lenta, y tan lenta), que puede llegar a la inmovilidad y a que el paciente interrumpa el contacto con su entorno. Cádiz es una jartá de bonita, la Alcaldesa, preciosa, besa a los niños por los barrios como si de una Santa se tratara, y los chiringuitos a rebosar, y por ello quizás todos lleguemos a pensar que para qué queremos ser grandes.
Actualizado:Pero esta visión del enfermo puede llevar a engaño al doctor que se interese mínimamente por nuestro particular paciente, la ciudad. Cádiz sigue manteniendo los mismos liderazgos en las cifras de desempleados, ya no sólo con relación a otros municipios, sino incluso con los de la propia Bahía. En Cádiz son muchos los hogares, en los que toda la unidad familiar vive escasamente de una pensión no contributiva o de algún tipo de subvención, y donde la economía real, la sumergida, permite a empujones sacar para adelante los caprichos y las necesidades de los gaditanos que van el domingo al Carranza a gritar y a descargarse de todos los problemas y de todas las inquietudes e inseguridades de su vida laboral.
Ahora más que nunca, Cádiz es una ciudad que se esta haciendo mayor, porque afortunadamente los que hemos pasado de los cuarenta aguantamos más y porque los jóvenes que intentan buscar un empleo o hacerse con una casa a un precio asequible, tienen que emigrar más allá del Puente. Pero lo peor de todo es el ritmo decreciente de la actividad económica y cultural del gaditano, el empobrecimiento y la monopolización de la vida en torno al Carnaval y a cuatro cosas más. Y lejos de ser esta una cuestión baladí, Cádiz necesita de referentes claros en grandes festivales, en iconos que llamen la atención y que la proyectan sobre la metrópoli de la Bahía como el Faro de la cultura; de lo contrario nada tendremos que vender, aquí no hay viñedos, parques industriales, y por no haber, no hay ni suelo, solo podemos vender la Historia con mayúsculas. Y de todo ello se tiene ya un lánguido y decadente sabor a derrota. Quizás porque después de la década de los noventa y la finalización de los grandes proyectos de Carlos Díaz y Teofila Martínez, el siglo XXI no ha traído más que el letrero de «continuará » con la excepción del ya creíble Puente de Doña Magdalena, con perdón.
Parece faltar ya el diseño final de la ciudad que no solo es urbanístico sino de proyección hacia el futuro, algo a lo que todas las instituciones más o menos se acogen con la celebración del Bicentenario pero que no tiene la fuerza que en otras grandes ciudades se ha producido, especialmente por el consenso de todas las fuerzas políticas, recuérdese Sevilla, Barcelona, o más recientemente Zaragoza.
El paciente no esta para grandezas, y los médicos, que ahora se encargan de cuidarle, repiten recetas y pócimas que quizás ya no resulten tan atractivas ni efectivas para los males, ya endémicos. El Partido Popular no perfila para los próximos años una renovación que pueda generar más ilusión que la continuidad de la regidora por otros cuatro años más, y la alternativa real, el Partido Socialista, sigue teniendo de nuevo en Rafael Román la persona más válida para poder hacerse cargo de un proyecto solvente, pero que por haber sido derrotado en las urnas en dos ocasiones parece estar claro que se aplicará la máxima de que «el pueblo siempre tiene la razón» y seguiremos pendiente de decisiones que no llegan y renovaciones imposibles en la izquierda gaditana.
Considerando que Cádiz no esta para crecer y hacerla definitivamente una Grande de España, para nuestra pena mejor convendría acogerse, como diría el del chiste, a aquello de ¿Virgencita déjame como estoy!