Autofinanciación de la Iglesia católica
Es noticia que la Iglesia católica emprende la autofinanciación, y su brillante campaña se ha sustentado en la fácil y recurrente idea de que aquella persona que valore la labor que realiza marque con una cruz la casilla destinada en la declaración de la renta al sostenimiento económico de la Iglesia; asignación tributaria de un 0,7 %, no impuesto religioso, que destina voluntariamente el contribuyente de lo que de todos modos ha debido tributar.
Actualizado: GuardarLa Iglesia presenta en su programa sus cuatro necesidades principales: sostenimiento de culto divino; obras apostólicas; sostenimiento del clero y personal laboral y, por último, la obra social y benéfica. Para todo ello ha solicitado el ingreso vía asignación tributaria.
El Estado español es el que mejor ha tratado a la Iglesia católica; ningún otro país lo ha hecho. Es evidente en la la reciente historia de España. Es lógico que Francisco Franco fuera generoso con la Iglesia, la jerarquía católica bendijo su régimen y lo apoyó hasta sus postrimerías. Igualmente en la transición, en el cambio de régimen democrático, la Iglesia mantuvo sus ventajas a pesar que el artículo 16 de la Constitución de 1978 reconoce de una forma diluida la aconfesionalidad del Estado español, garantizando la libertad religiosa y de culto, así como que ninguna confesión tendrá carácter estatal. Los socialistas hicieron otro tanto durante la presidencia del Gobierno de Felipe González, al igual que en la etapa Aznar.
Con el Presidente Rodríguez Zapatero, a pesar de haber prometido su cargo ante el Crucifijo y la Biblia, las relaciones entre Iglesia y Estado han empezado a fisurarse, entre otras razones por la pérdida de influencia del clero y por el desarrollo de un estado laico. Como consecuencia, la Iglesia, al igual que el resto de organizaciones religiosas, debe lograr por sí misma los recursos suficientes para la atención de sus necesidades. Lo que ocurre es que emprende el duro camino de la autofinanciación recurriendo a lo más fácil: la llamada a la conciencia de los católicos para sufragar sus necesidades. Cabría preguntarse por qué no empiezan la Iglesia y sus sacerdotes dando claro ejemplo. Resulta fácil la llamada a los demás cuando hay pequeñas medidas a adoptar en su propio seno que sumadas pueden acarrear buenos beneficios.
¿Por qué la Diócesis a aquellos numerosos sacerdotes que, al margen de su nómina de presbíteros, perciben rendimientos del trabajo como profesores en colegios o universidades no les priva de la nómina del Obispado en tanto mantengan su actividad laboral docente? ¿Cuanto dinero se ahorraría la Iglesia por este concepto? ¿No son los sacerdotes, en cumplimiento de su voto de pobreza, los primeros llamados a dar ejemplo? Y usted, españolito de a pie, sin voto de pobreza, ¿percibe dos nóminas al mes?
Jerónimo Supervielle. Jerezz