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CARRERA. El ciclista de Saunier Duval, Riccardo Riccó. / EFE
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Euskaltel trabaja y Riccó se convierte en la viva imagen de Marco Pantani

Saunier Duval logró su segunda victoria de etapa con el italiano Evans, que sufrió una caída junto a Verdugo, terminó algo tocado

B. URRABURU
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Riccardo Riccó, ganador en solitario en Bagnères, esconde en su alma y en su cuerpo el espíritu de Marco Pantani. Si se rapase la cabeza, vestido de amarillo y con un físico muy parecido, es como si estuviésemos viendo a Pantani en las cumbres francesas. El tiempo parece haberse detenido en 1998, el año en que Pantani ganó el Tour.

Riccó se acuerda de él, cuando tenía catorce años, de verle ganar Giro y Tour, de convertir las subidas en una escalera hacia el cielo. Y lo revive a cada momento. Ataca como él, tiene muchos de sus gestos. Se nota que ha visto muchas veces sus hazañas. «Era mi ídolo, un gran campeón», dice siempre que se le pregunta por el ciclista que acabó convertido en un mito.

Del resto de la vida de un escalador que marcó una época no dice nunca nada. Esa parte de su existencia es la que le están haciendo comprender que no debe de repetirla.

Si físicamente tienen muchas cosas en común, a nivel de carácter, la cosa cambia. Riccó es un chaval volcánico, sometido a una gran presión, no sólo en su país, sino también en Francia.

En Saunier Duval le recuerdan cada día que es uno más, un gran corredor, sí, pero también que es una persona y que este deporte es cíclico, que la fama y la gloria pueden acabar en muchas ocasiones en la soledad de la habitación de un hotel, sin nadie, consumido por las drogas.

Riccardo Riccó viste de amarillo, como Marco Pantani en el Mercatone Uno. Muchas coincidencias para que no esté alumbrando una gran historia.

Tiene carácter Riccó. En Saunier Duval se mueve David de la Fuente para la montaña, y luego se mueve Piepoli, para ir haciéndole camino a Riccardo, que no sabe qué hacer para intentar que su compatriota gane.

Piepoli no puede vencer en una etapa como la de ayer. Riccó, sí. Sus ataques se producen a la misma velocidad que la cobra lanza su mordedura venenosa. Nunca un apodo estuvo mejor elegido.

Riccó está removiendo las entrañas del ciclismo italiano. Ganó no sólo por la calidad que atesora, sino por la determinación que tiene, esa forma de ser que le convierte en un ciclista diferente. «No he venido para ganar el Tour. Quiero coger experiencia, para poder ganarlo en el futuro. ¿Mis valores sanguíneos? Para mí son normales. Son los que he tenido siempre, desde que llevó corriendo. Para otros puede que no lo sean. Me parece bien. Me pueden hacer todos los controles que quieran».

Pesa 57 kilos. También se parece a Marco Pantani en que no amaga. Si ataca lo hace para irse. Saunier Duval se ahorró el tener que trabajar. Se lo hizo Euskaltel durante la primera parte de la etapa. Tres corredores, Aleksandr Kuschynski, Sebastián Lang y Nicolás Jalabert tenían 14:20 de diferencia en el kilómetro 46.

Nos quedamos con las ganas de saber qué es lo que hubiese pasado si Euskaltel no tira. Riccó no habría ganado y alguno de esos corredores hubiera llegado a la meta con una gran diferencia de minutos. Una vez coronado el Aspin, con 1:15 de ventaja, le quedaba lo más difícil a Riccó, la bajada, primero, y la parte llana que había después. La fortuna estuvo de su lado puesto que los equipos más fuertes no quisieron tirar. Euskaltel se vio crucificado. Amets Txurruka fue el último corredor en trabajar. Todo su esfuerzo se quedó en nada.

Cadel Evans se cayó al tomar una curva y se golpeó el lado derecho, la espalda, el codo y la rodilla. Riccó no debe de contar para la general. La contrarreloj del último día y la tercera semana de carrera podrán con él, ¿o no?

Riccó hace soñar.