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LA RAYUELA

Sarko Bonaparte

Cuando Sarkozy irrumpió como rutilante estrella en el cielo de la política europea, ocurrió un pequeño terremoto en mi rutina diaria: uno de mis contertulios habituales se sintió tan ofendido por nuestras críticas al político galo que nos anunció su deseo de no acudir más. Comprendimos así que el atractivo de Sarko había logrado lo que las merecidas barbaridades que escuchó durante años sobre Aznar o Bush no habían conseguido.

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Y es que a Sarko hay que reconocerle una cierta grandeza, si no de tamaño y de espíritu, sí de ambición y valor. Es cierto que este nuevo Bonaparte tiene inteligencia y agallas y para nada es un político al viejo uso. La mejor prueba es que, a pesar de sus muchas incongruencias, su populismo ramplón y sus salidas de tono, tiene totalmente bloqueada a la oposición, engarzada en un guirigay ininteligible desde fuera. Es cierto que su popularidad ha bajado; que el caimán (como su alter ego, Berlusconi) ha mostrado ya más que tímidamente sus feroces colmillos; pero gana terreno por el lado humano: seductor, locuaz, grandilocuente y machito (ampuloso bravucón), algo que tanto adora la canalla.

Como presidente de la UE propone una agenda precisa: inmigración selectiva con contrato, criminalización de inmigrantes irregulares no cualificados o innecesarios, proteccionismo agrícola europeo pasándose por la higa la Ronda de Doha y cualquier política coherente con la globalización o solidaria con el tercer mundo, y una Unión por el Mediterráneo al margen de la propia UE: ¿genial!

Conviene hacer un poco de pedagogía con este parto de la Unión, porque a pesar de que Alemania le ha deshinchado parcialmente el globo, el pequeño Bonaparte no se da por vencido. Se trata de sustituir la voluntariosa pero desgraciadamente ineficaz Conferencia de Barcelona por una gran operación estratégica destinada a desarrollar el Magreb, desde Libia hasta Marruecos, para mayor gloria de Francia (la antigua potencia colonial), y para que ejerza como frontera contra el hambre africana y como cabeza de puente para la penetración comercial en el continente.

¿Cómo?: facilitando el acceso a la energía nuclear y a la tecnología militar francesa a los regímenes norteafricanos, sin hacer preguntas de cómo y para qué se utilizarán estos instrumentos y donde irán los inmensos beneficios de las multinacionales francesas obtenidas como contrapartida en sectores energéticos estratégicos.

Ganan todos; unos, expectativas de empleos futuros o mantenimiento de empresas amenazadas por deslocalizaciones; otros, sustanciosos contratos y mercados; y todos, orgullo: un aditamento de la antigua grandeur que el país entero parece necesitar para recuperar su autoestima. Este es el secreto a voces mejor guardado por Sarkozy: el fomento de un nacionalismo chauvinista, compatible con un internacionalismo a la medida de sus intereses.

Y sin embargo, es cierto que en estas horas de confusión para la UE después de Niza, y ante la falta de liderazgo, Sarkozy es el único que sigue tirando del pelotón en la subida al col, cuando al irlandés le ha dado la pájara y al checo, que tiene un esguince, le asalta la idea de abandonar.

ntre una Merkel que lo hace atractivo, y un Berlusconi que lo convierte en casi progresista, la figura de Sarkozy crece como lo que no es: un político de raza y un buen estadista. Lo que no se le puede negar es que es un magnífico vendedor de crecepelo para calvos.