ESPECTÁCULO. El Fandi se la jugó con las banderillas hasta poner al público en pie. / EFE
Toros

Pamplona despide a Liria Un encierro muy limpio

El diestro se lleva de la Feria una oreja, una cornada en el labio y un saco de emociones, aunque el espectáculo lo puso El Fandi como banderillero

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

El prólogo fue de supina emoción. Era el adiós de Pepín Liria en Pamplona, donde lleva toreando desde 1995. Todos los años. Sin perder ni una baza. Veintiuna corridas de toros y veintidós con ésta última, según recuento pormenorizado que Koldo Larrea publicó al detalle ayer en el Diario de Navarra. Siete corridas de Cebada, las sólo tres que Victorino ha lidiado en sanfermines, dos de Guardiola. Etcétera. La de la despedida fue la tercera de Jandilla en el expediente. El toro Relamido le pegó en la boca un pitonazo terrible en el mismo embroque de la estocada con que iba a rodar sin puntilla. Y el adiós de Pepín tuvo así cierto sabor de sangre.

Literalmente: en el labio superior, una cornada menor. Diez puntos de sutura. Y una oreja que Pepín paseó con la misma emoción que paseó la primera. De un toro de Dolores Aguirre hace ahora trece veranos. Primero fue la fiesta habitual: antes del paseo, las peñas en pie corearon como todas las tardes el Te Deum de Marc-Antoine Charpentier. Vulgo, el himno de Eurovisión. Con fuerza briosísima esta vez. Por Pepín iba todo el brío.

La Pamplonesa atacó el Martín Agüero durante el paseíllo, pero los compases de la banda fueron devorados por el «Pe-pín-Pe-pín-Pe-pín...!» tan de contraseña que en doble coro entonaron diez mil y pico gargantas. La carne de gallina, un escalofrío. A Pepín se le haría un nudo en la garganta. Se percibía en los gestos del cuello. Liria iba muy bien vestido de blanco y plata con remates de azabache en hombreras, mangas y alamares.

Parecía terno de estreno. Dos docenas de representantes de otras tantas peñas lo convocaron en la puerta de toriles antes de soltarse ningún toro y ahí fue la ceremonia formal y sencilla del adiós. A todos y cada uno de los peñistas pegó Pepín un abrazo en toda regla. Muy torero el detalle de pegar los abrazos Pepín sin desprenderse ni del capote ni de la montera. Con los dos volvió a su puesto de combate. Cuajado, bien puesto, el toro Relamido hizo de salida las cosas clásicas de acusar en la plaza el encierro: irse suelto y rebotado. Sangró bastante en el primer puyazo. Se midió el segundo en dosis mínima. Después de banderillas, Liria hizo dos cosas soberbias. La primera, brindar a su fiel parroquia de sol y lanzarles la montera con un gesto de inequívoca complicidad. Desde más allá de la segunda raya el monterazo hasta la mitad del tendido. Como si lanzara un enorme dardo de disco. Estuvo retumbando el "`Pe-pín-Pe-pín...!" durante el primer tercio de lidia y volvió a estallar ahora. Después del monterazo, Pepín se hincó de rodillas y ese segundo gesto cómplice se celebró con todavía mayor delirio. Un muletazo bien enfocado de hinojos, en la suerte natural y por arriba. Cerraron tanda tres más, en la vertical, despegados, limpios. Soplaba viento incómodo. El quinto encierro de los Sanfermines, corrido por los toros de la ganadería extremeña de Jandilla, terminó con el parte médico sin heridos por asta aunque no faltaron algunos momentos de gran peligro, co-mo cuando uno de los morlacos arremetió contra los mozos que pretendían refugiarse en el va-llado del tramo conocido como Telefónica, al final de la carrera y a pocos metros de entrar en el callejón del coso pamplonés. Los seis toros de Jandilla salieron a las ocho en punto de los corrales de la calle de Santo Domingo formando una ma-nada muy compacta, detrás de los cabestros. Bien hermanados, sin rezagados, subieron la cuesta que desemboca en la Plaza Consistorial y enfilaron la calle Mercaderes. La curva de la Estafeta la tomaron sin problemas, de manera que no se produjeron los habituales de-rrapes y choques.