TERTULIA. Imagen de un reciente encuentro celebrado en mayo entre veteranos diseñadores de etiquetas para bodegas celebrado en Bodegas Garvey. / JUAN C. CORCHADO
Jerez

Vestidas de etiqueta

Hechas por dibujantes jerezanos, las etiquetas de las botellas de vino fueron todo un alarde de virtuosismo

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Nada más ver la foto de los diseñadores y dibujantes de etiquetas, que hace unos días apareció en las páginas de este periódico, en la que reconocimos a tan destacados profesionales de la antigua industria gráfica jerezana como: Pedro Carabante, Sebastián Moya, Manolo Cervera, Juan Luís Repeto, Manuel Gómez, Antonio Benítez Manosalvas, Rafael Virués y el organizador Jose Luis Jiménez, se me rebobinó en la moviola toda una película de recuerdos del próspero y altamente cualificado Jerez industrial de mediados del pasado siglo.

Así que, sin que la nostalgia me embargue, sólo con el somero uso de la memoria, extraigo del recuerdo los escaparates de las calles Bizcocheros y Caracuel, tras cuyas amplias vidrieras periódicamente se exponían los últimos trabajos de las artes gráficas y de las ediciones de libros que por aquellas calendas (con escaso interés por la cultura) Jerez comenzaba tímidamente a prestarle atención a la literatura.

Tras la luna de Bizcocheros, exponía Jerez Industrial todo un alarde de las artes gráficas. Originales de etiquetas artísticamente dibujadas por los virtuosos especialistas de entonces que destacaron en este tipo de trabajos por ser los mejores de España. Con profusión de colores y hasta con pan de oro, que hacían resaltar el medallero con que nuestros caldos eran premiados en los diversos eventos y concursos internacionales a los que se presentaban. Allí expuestas, en un bellísimo portrait de caoba, lucían esplendorosas los originales de etiquetas que dibujadas y decoradas a mano serían mas tarde impresas o litografiadas para con su etiquetado embellecer y llenar de atractivo a cada una de las botellas de Jerez que circulaban por el mundo. Pero no era solo poner de etiqueta a cada botella, Jerez Industrial tenía otras filiales en la industria gráfica como: Litografías Hurtado, Gráficas Andaluzas, Cartonajes Tempul, Gráficas del Exportador, etc.

Esta última prestaba mas atención a la obra editorial, aunque casi toda la producción cifraba su temática hacia la Unión de Exportadores del Jerez, con libros sobre el vino y la bodega, que cosecheros y exportadores regalaban a sus clientes. También, aunque tímidamente, Gráficas del Exportador comenzó a editar libros de corte netamente literario. Obvia decir que algunas de aquellas ediciones poco o nada tenían que ver con la autentica literatura, pero, bueno, eso también ocurre hoy.

Algunas ediciones fueron muy buenas, como la del Jerez Xerez Sherry del Marqués de Bonanza o de Don José Cádiz Salvatierra, o del Padre Luis Coloma, como también de Don José Mª Pemán y de Don Julián Pemartin.

Bizcocheros

Algunos de estos libros en edición de lujo también recordamos haberlos contemplado en el escaparate de Bizcocheros; encuadernados en piel verde, los que grabados y gofrados en oro permanecían expuestos durante semanas en un elegante atril de sobremesa especialmente iluminados.

Años después, en su escaparate de la calle Caracuel, Gráficas del Exportador exponía los ejemplares que con atrevida periodicidad editaba. Algunos de reprobada reputación y otros, justificada su edición no precisamente por los valores literarios de sus autores sino, mas bien por la influencia que el apellido de éstos tenía en la denominación vitivinícola del marco. Ensayo y poesía en rústica o en cartulina de cómodos formatos, como también de bolsillo.

Corrían tiempos en los que el tejido laboral de nuestra ciudad estaba cifrado en torno a la industria bodeguera, cuya producción era prácticamente artesanal. Así, desde el trabajo de la viña, hasta que el vino enfundado en paja o enea salía embalado en cajas de madera hasta su extranjero destino, todos los pasos y labores que se le hacían eran en su mayoría oficios manuales.

Si puramente manual era el trabajo de tonelero o el de arrumbador, también los eran los del embotellado: llenado, taponado, etiquetado, etc. Jerez en realidad era una ciudad artesana y su manufactura principal, el vino, era casi por completo artesanal. ¿Cómo no lo iba a ser entonces su etiqueta? Llevadas a cabo por una selección de dibujantes jerezanos de primera categoría, las etiquetas fueron todo un alarde de virtuosismo, que con su primorosísima ejecución llenaban de belleza la mayor parte de la superficie de la botella, cubriéndola de atractivo con delicados dibujos en los que aparecían viñas y caseríos propiedad de la firma, que daban relevancia y prez a la marca. Otras veces, con etiquetas profusamente ilustradas, plenas de color, en las que aparecían escenas de Jerez relacionadas con la bodega, el arte flamenco, la tauromaquia o el caballo.

Algunas de estas etiquetas eran reproducciones de bellísimos óleos salidos de la paleta de renombrados pintores, casi todos andaluces, la mayoría costumbristas de la Escuela Sevillana. Si espléndidas nos parecían las etiquetas, no lo eran menos las contraetiquetas, que en la cara opuesta de la botella y acorde con la donosura de la primera, exhibían finas grecas de motivos florales que enmarcaban a una leyenda, (a veces bilingüe) ensalzando las características del vino que albergaba en su interior: su procedencia, su graduación, sus características organolépticas, etc. Para que, una vez el representante de Jerez terminara la promoción y las dejara solas en escaparates y anaqueles, ellas, con su inmejorable aspecto, siguieran defendiendo a miles de kilómetros el vino de jerez.

Lujo jerezano

Las Artes Gráficas fueron un lujo que ostentó Jerez. La especialización a la que se llegó creció a la par con el negocio del vino, a las que los bodegueros prestaron toda su dedicación y celo compitiendo unos con otros en buena lid, dándole cada uno a su producto una imagen más digna y elegante. Así, bodegas como la de Valdespino fue precursora en el embellecimiento de sus vinos y licores, con originales etiquetas que con su tamaño y colorido hermoseaban cada botella.

Casi todas las bodegas y marquistas hicieron lo propio, mejorar la imagen de sus vinos con el look que les conferían las nuevas etiquetas.

Debido al boom del nuevo etiquetado nació en Jerez Proyectos Gráficos Mamelón; una pequeña pero eficiente empresa en la que una pléyade de selectos diseñadores y dibujantes hacían frente a la demanda con brillantísimos resultados. A estas mejoras se apuntaron casi todas las bodegas, unas con cambios drásticos y las mas tradicionales, con diseños apenas perceptibles en cuya sutileza residía su elegancia y distinción.

Nadie quiso quedarse atrás y como por entonces los caldos jerezanos eran de notable aceptación y venta, hubo quien formuló productos para enfermos: antianoréxicos, vinos reconstituyentes y antianémicos, cuya base eran acertadas combinaciones de olorosos y Pedro Ximénez, a los que se les añadían extractos de quina o jugos de carne, hierro, etc. Substancias medicinales que eran perfectamente enmascaradas por los vinos generosos, con lo cual, anémicos e inapetentes tomaban media copita antes de las principales comidas con ¿notables? resultados terapéuticos.

Tal fue el caso del químico y farmacéutico don Onofre Lorente, en cuya bodega-laboratorio de la calle Clavel embotellaba estos vinos quinados cuyas marcas Jerez Quina La Enfermera, o Jerez Quina Carne-Hierro o el Jerez Hemoglobina; fueron prescritos por la clase médica, para que aquellos pacientes afectados de ferropenia, mejoraran el factor hematopoyético o combatieran su inapetencia.

Del mismo modo, otros almacenistas y bodegueros decidieron embotellar destilados y licores. Hace la friolera de cien años, a partir de nuestros vinos y de ellos los alcoholes, con la inclusión de holandas vínicas traídas de destilerías foráneas, en Jerez se embotellaba Ginebra y otros licores espirituosos.

Ventas

¿Cómo mi tío Onofre o mi abuelo materno habrían podido vender una sola botella de aquellos bebitrajos de no ser por las etiquetas? La belleza de su diseño, colorido y delicada ejecución, junto con la persuasiva leyenda daban garantía y credibilidad al producto que albergaban.

Y es que era tal el reconocimiento y crédito que por entonces Jerez ostentaba, que al amparo del topónimo y de la elegante presentación, Jerez ponía en el mercado y vendía todo lo que a sus sagaces y afanados bodegueros se les antojaba embotellar.