Opinion

La ecuación imposible

Hace ya algunos años que un ministro de Fomento dijo algo así como que a los españoles nos gusta vivir junto a un parque natural que se encuentre a 500 metros de una autovía y a diez minutos del centro de la ciudad: la ecuación imposible. Efectivamente nuestro compromiso ecológico es insuperable mientras charlamos del tema tomando una cerveza o mientras sesteamos con un documental de National Geographic, pero a la hora de convertir nuestras palabras en acciones concretas, la cosa se complica. En este tema pasa como con el tabaco, que hasta que uno no le ve las orejas al lobo no deja de fumar.

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España, país de arbitristas, asiste a un aluvión de propuestas para solucionar el problema del precio de los carburantes, pero la mayoría incurren en idéntico error: partir de la premisa de mantener el mismo modelo de movilidad, limitándose a aportar variables que permitan el ahorro. Esta no es una cuestión de acciones sino de convicciones, pues mientras sigamos pensando que cuando dejamos el coche en casa y utilizamos el transporte público le estamos haciendo un favor al resto de los ciudadanos para que puedan circular con mas fluidez con sus vehículos, no adelantaremos gran cosa, porque cuando llueva o tengamos prisa nos consideraremos legitimados para utilizar el nuestro.

El motivo de optar por el transporte público, no debe ser facilitar la circulación de quienes usan el coche, sino el ahorro de energía y la reducción de la contaminación, ambas razones nos benefician, en primer lugar, a cada uno de nosotros. Pero si esto nos lo explican diciéndonos que hemos conseguido ahorrar la emisión de una tonelada de CO2, nos sonará a chino, por eso es imprescindible explicar en términos sencillos las consecuencias de nuestro consumo energético.

Junto a ello sería bueno que nuestros gobernantes se tomaran en serio el transporte público, cosa que no sucederá hasta que deje de ponerse el énfasis en las infraestructuras y dediquemos más recursos a mejorar la forma de movernos.