ESPERANZA. Makan Diarra abrirá hoy su zapatería, nueve años después de quedarse en una silla de ruedas. / ÓSCAR CHAMORRO
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Una zapatería para la esperanza

Makan Diarra abre un comercio en La Isla años después de romperse la espina dorsal tras saltar la valla de Ceuta

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Tras nueve años de lucha Makan Diarra ha cumplido su sueño: abrir una zapatería con la que ganarse la vida en España. A pesar de estar condenado a una silla de ruedas, lo ha conseguido y el destino ha querido que sea en San Fernando.

Su patria es Malí. Siempre ha peleado con la vida para poder sobrevivir y fue en Libia, mientras trabajaba en una fábrica de hierro, donde comenzó su ilusión por mejorar su situación. Pronto puso su mirada en España y, como muchos en su tierra, comenzó un periplo que duró unos dos años, para plantarse frente a la valla de Ceuta.

Aunque Makan guarda algunos recuerdos de forma borrosa, asegura que la valla «antes no era tan larga como ahora y la salté sin problemas». Sin embargo, cuando ya se abría camino hacia un nuevo futuro, con la oscuridad de la noche no vio un desnivel que cortaba el camino y en la caída se rompió la médula espinal.

«Estuve toda la noche allí en el suelo sin poder moverme hasta las nueve o las diez de la mañana que me recogió un guardia civil y me llevó a una clínica de Ceuta», afirma Makan.

Fue trasladado al hospital Puerta del Mar y la barrera del idioma le impedía conocer con exactitud su estado. De hecho Makan pensaba que «iba a estar allí un par de semanas y que saldría andando». Con los meses comenzó a ser consciente de su nueva realidad y la asimiló con valentía y con esperanza porque, como él explica, «es cosa del destino y si te lo metes en la cabeza pronto te adaptas a la silla».

Encontró el respaldo de varias asociaciones y legalizó su situación en España. Se instaló en el Centro de Recuperación de Minusválidos Físicos de La Isla y allí aprendió a volver a vivir.

Formó una familia entre los orientadores del centro y allí descubrió una nueva afición. Se formó en el oficio de zapatero y sólo tenía una idea en la cabeza, la de emprender su propio negocio, una cabezonería que se hizo realidad la pasada semana cuando abrió por primera vez su local en el número 133 de la calle Real.

«No hay palabras para explicar lo que siento, porque es difícil con todo lo que me ha pasado. Había momentos que pensaba si en África estaba tan mal y me pregunto por qué decidí marcharme, pero ahora tengo mi sitio», apunta Makan sin ocultar en ningún momento su sonrisa.

Por el momento, en su tienda se dedica a la reparación de calzado y a la copia de llaves, pero tiene muchas ideas y no descarta vender «cosas típicas de mi tierra». Sin embargo, es otra idea la que ocupa la mayor parte de su pensamiento: quiere traerse a su hermano a España para que tenga las oportunidades que él perdió por el camino. Por ello espera que su negocio le sirva para «poder arreglar los papeles a mi hermano y que venga con un contrato bajo el brazo».

Las piedras que Makan se ha encontrado en el camino no han roto su esperanza, porque «siempre hay que pelear y mirar el lado positivo de las cosas».