La victoria militar
El Gobierno colombiano ha insistido fuertemente en las últimas horas en dejar bien sentado que en la operación que permitió la liberación de Ingrid Betancourt y otros rehenes participaron única y exclusivamente militares colombianos. El éxito en un registro puramente militar es de tal calibre que se trata de evitar toda especulación respecto a una pretendida asistencia norteamericana, como sucedió en el operativo que mató a Raúl Reyes y otras 20 personas en territorio ecuatoriano el 1 de marzo pasado.
Actualizado: GuardarPor entonces se supuso que la localización del campamento donde pernoctaban Reyes, número dos de las FARC, y sus seguidores era obra de los satélites-espía norteamericanos y hasta se susurró que el bombardeo de precisión, nunca bien aclarado en lo tocante a las armas utilizadas, podría ser también obra del ejército de los Estados Unidos.
No se sabe si hay o no relación entre lo del miércoles y el célebre ordenador portátil de Reyes, cuyo disco duro parece una mina de información. Pero el Gobierno no ha ocultado que ha infiltrado con sus agentes al secretariado de las FARC, lo que permitió engañar al comandante César, uno de los jefes del Frente Oriental hasta hacerle cooperar con un traslado de los cautivos que era, de hecho, una trampa.
No es calumnioso pensar que la política oficial de primas a los rebeldes que deserten, un soborno oficializado y legalizado, está jugando también un gran papel y puede explicar en buena parte, por ejemplo, la rendición de Karina, una jefa guerrillera de cierto peso, por no hablar del asesinato de Iván Ríos a manos de sus escoltas.
El Gobierno está legítimamente exultante porque su arriesgada apuesta por la opción militar (el programa del presidente Uribe conocido oficialmente como 'seguridad democrática') está dando resultados sin precedentes, lo que explica el respaldo social al mandatario, un récord mundial que le permite sopesar las opciones de un tercer mandato.
¿Entenderán las FARC lo que sucede y sacarán las conclusiones correctas? Arruinaron con su conducta la salida pactada e inteligente que les propuso con paciencia el presidente Pastrana (1998-2002), a quien engañaron, y su sucesor Uribe cambió por completo de approach. Hoy con Alfonso Cano a su frente como relevo del fallecido Marulanda, la organización, cuarteada y políticamente aislada, vive un ambiente de desbandada en un cuadro incierto.