No es país...
Actualizado:No hace mucho, el defensor del lector de un periódico de tirada nacional se hacía eco de las quejas constantes de sus lectores por la desidia de los periodistas en el uso del idioma. Pero los ejemplos de tales quejas eran bastante menores y hasta justificables salvo uno, finísimo, sobre coordinación negativa, del que proponía una solución. Pero no explicaba el motivo, que es la única forma de denunciar y prevenir los usos impropios o desviados.
Yo sostengo que alguna lengua literaria, y la de traducción en particular, tiene más ejemplos de desidia e inconveniencia. Y más injustificables, porque la edición literaria tiene unos tiempos (para los ¿editores?, ¿correctores de estilo?) que hoy no tiene la lengua periodística.
Veamos algunos ejemplos a propósito de la magnífica traducción española de la novela de Cormac McCarthy (reconocido por Harold Bloom) No es país para viejos (*), que los hermanos Cohen han revitalizado en el cine y que Javier Bardem, con un reconocido Oscar, nos ha impulsado a ver en formato de pantalla grande, más conveniente para apreciar los horizontes del páramo de colinas y tesos de la frontera.
Primero un par de ejemplos de calidad de lengua: en «Compró una pickup Ford […] y pagó en metálico e hizo que le autenticaran la cédula de propiedad en la oficina y guardó el documento en la guantera y partió» (p. 166) se usa con precisión el tecnicismo autenticar (autorizar o legalizar algo; acreditar un documento), de sentido especializado, y no autentificar, de sentido y uso común, que no incluye al anterior, con designación propia. Ahí está la finura de la traducción.
Otro magnífico ejemplo de precisión y oportunidad léxica es el del pasaje donde el psicópata dispara con cartucho de postas sobre el ejecutivo de una empresa de «negocios» en la oficina de una torre moderna con grandes ventanales o cristaleras (las lunas de algunos territorios o épocas no muy lejanas del español actual) sobre la ciudad: «El motivo de que había usado perdigones es que no quería romper el cristal. […] No quería que cayeran cristales a la calle, por la gente. Indicó con la cabeza la ventana donde la silueta del tronco del hombre había quedado perfilada por las cacarañas grises que el plomo había dejado en la luna» (p. 158). No sé si es del autor, del traductor o del diccionario, pero esas «cacarañas grises» designan con la precisión de la metáfora las marcas de los perdigones en los cristales, los «hoyos o señales que hay en el rostro de una persona, sean o no ocasionados por la viruela». Un ejemplo del servicio del diccionario para despertar el paladar del lector.
Por eso, frente a estos ejemplos, y otros posibles del ámbito de las botas camperas o de las armas cortas, destacan más, por contraste, los casos de evidente ausencia del ¿editor?, ¿corrector de estilo? «Escuchó junto a la puerta. Luego extrajo el cilindro de la cerradura valiéndose de la pistola de aire y abrió la puerta con el pie» (p. 84), donde se refiere a una pieza de la cerradura que en otro momento designa como «pieza de latón» (p. 191) y, en otro, como «cilindro» (p. 193). Una enciclopedia común se refiere a la cerradura de cilindro o molinillo y señala al caño como el lugar por donde entra la llave. Con más precisión, el diccionario Oxford Visual distingue entre el cilindro y el rotor, embutido en el anterior. Pero el buen ferretero que quiera ahorrarnos el cambio de toda la cerradura nos ofrecerá un bombín nuevo con su correspondiente juego de llaves. Y quien haya visto la película habrá podido ver cómo el psicópata de No es país... se abre paso haciendo saltar los bombines de las cerraduras con una pistola neumática, que le acompaña a todas partes como el maletín al ejecutivo. Un leve descuido literario. Pero abrir las puertas haciendo saltar los bombines de las cerraduras con una pistola neumática es una invención literaria que no se puede desdibujar por un quítame allá esa palabra de la ferretería.
Más sorprendente es «Por la mañana recorrió de nuevo la casa arriba y abajo y después volvió al cuarto de baño al final del pasillo para ducharse» (p. 162), porque las casas se recorren de arriba a abajo, cuando se registran en busca de algo. Y crece la sorpresa ante «En aquel tiempo usábamos radioteléfonos Motorola. Desde hace ya unos años tenemos banda alta» (p. 53). No sé a qué se debe: ¿el año de redacción?, ¿la traducción?, ¿el editor? Seguro que no se debe a que la traducción sea imposible si nos ponemos muy estrictos, como advertía Javier Marías en su discurso de acceso a la Academia. El motivo es que el calco semántico extendido y generalizado, sancionado por el uso, es banda ancha.
Y ¿esto qué es?: «Sí, supongo que podría ser cínico al respecto y decir que no quería que andaran sueltos por ahí de noche» (p. 99). ¿Acaso será la tendencia a la regularización actual de los pretéritos irregulares?: que no quería que anduvieran sueltos por ahí de noche. Cosas de viejos lectores. Pero ya se sabe, no es país para viejos.
(*)Cormac McCarthy (2005): No es país para viejos. Trad. de Luis Murillo Fort, Barcelona, Random House Mondadori, Col. Debolsillo, 2006