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El fraude electoral y la pobreza disparan los disturbios en Mongolia

El Gobierno declara el estado de emergencia tras morir cinco personas

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Era una explosión anunciada. El presunto fraude en las elecciones del pasado domingo ha sido sólo la chispa que ha encendido la mecha. Pero era una mecha muy corta, y el país sólo ha tardado dos días en saltar por los aires. Las protestas comenzaron el martes en la capital, Ulan Bator, y ayer ya habían dejado cinco manifestantes muertos y más de cuatrocientos heridos, la mayoría de ellos, policías, que se vieron incapaces de contrarrestar con pelotas de goma, botes de humo y de gas lacrimógeno, y cañones de agua, las piedras y los cócteles molotov de una enfurecida muchedumbre, que destrozó vehículos, mobiliario urbano y escaparates de comercios que luego fueron saqueados.

Como consecuencia del ataque, la sede del Partido Revolucionario del Pueblo Mongol (PRPM), que también gobernó el país durante la época soviética y que teóricamente revalidó su poder en los comicios del domingo al haberse hecho con 46 de los 76 escaños del Parlamento, fue parcialmente incendiada y el presidente del país, Nambaryn Enkhbayar, consciente de que la gravedad de la situación podía aumentar rápidamente, decretó cuatro días de estado de emergencia, el toque de queda de diez de la noche a ocho de la mañana, y avisó por televisión de que «la Policía hará uso de la fuerza necesaria para contener la violencia».

La amenaza no ha surtido efecto y, como ha podido confirmar este periódico, los enfrentamientos continúan en las calles de Ulan Bator, aunque a menor escala. Las protestas comenzaron cuando miembros de un partido minoritario acusaron al ganador de fraude.