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Y me cogiste de la mano

Los viajes, como la vida, son como lo que la madre de Forrest Gump decía que eran las cajas de bombones, nunca sabes lo que te va a tocar.

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Y no me refiero sólo a esos viajes de agencia baratos en lo que la sorpresa también va en el todo incluido, sino al concepto de viaje como mudanza, como cambio que experimenta el viajero, ya sea desde la más pura racionalidad ilustrada -todos conocemos a alguien que estuvo recopilando tantos datos del lugar que visitó que no tuvo tiempo de ver el color del cielo- o desde la sensibilidad del viajero romántico más interesado en trasmitir lo que no ha visto, sino lo que esperaba ver -y ya se está acordando usted de aquel amigo que le mortificó en más de una ocasión con su viaje pintoresco a un lugar que usted ya conocía de antemano pero que él le describió como si fuera Richard Ford-.

Los viajes pueden ser simples cambios en el ánimo realizados con la intención de desconectar, que es lo que hay que hacer para no abusar de los ansiolíticos.

Los viajes pueden ser tan cortos que se acaban antes de empezar o tan largos que uno tiene la sensación de que ya no volverá al lugar de dónde salió. Y pueden ser al centro de la tierra, al país de las maravillas o a ninguna parte, como iban los cómicos de la legua.

Viajen. Lo de menos es el sitio a donde se viaja. Lo interesante de los viajes es que uno deja atrás todos los prejuicios con los que carga el resto del año y se comporta como lo que realmente es, con todas sus luces y sus sombras.

Lo interesante de los viajes es que uno encuentra ese tiempo que siempre nos falta para hablar de lo divino y de lo humano con el que tiene al lado, con el que le da la mano.