Opinion

Esos enfrentamientos congelados

Somos propensos a olvidar que solventar conflictos es una tarea sin fin. Parece que Corea del Norte está dispuesta a ceder en su empeño de ser una potencia nuclear pero al mismo tiempo en la africana Zimbabwe la violencia resulta imparable. Protegidos por la burbuja benéfica de la Unión Europea, no somos conscientes de lo arriesgado que es vivir ahí fuera. Todavía andan los Balcanes medio soliviantados y la cuestión de Kosovo no puede darse por resuelta.

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Por aquí y allá existe un buen puñado de conflictos congelados, con perspectivas descorazonadoras, sin la opción de una razonable pacificación. Algo parecido ocurre en el Caúcaso desde que la Unión Soviética se disolvió. Con Putin las cosas se han agravado. Putin no es un comunista pero desea devolver a su país la gloria de los grandes imperios, sin someterse fácilmente a las normas del Estado de derecho. Su fórmula es la democracia 'iliberal', el nuevo autoritarismo. Por eso está hurgando en el Caúcaso, en aquellos mini-estados que se desgajaron de la Unión Soviética y que ahora Rusia quiere reincorporar como nueva potencia que mantiene pulsos con Estados Unidos y con la Unión Europea.

Acaban de reunirse la Unión Europea y Rusia en tierras de Siberia. Con su optimismo institucionalizado, Javier Solana ha dicho que habrá un cambio de tono en las relaciones. Son las cosas que hay que decir en estos casos pero no parece que Putin deje de practicar la petro-política que le permite cerrar la espita del gas natural y dejar a toda Europa 'in albis'. La UE obtiene de Rusia una cuarta parte del gas natural que consume. Con Ucrania, Putin también ha practicado la asfixia energética y ahora mantiene un contencioso comercial con Finlandia. Son detalles que parecen de escasa significación pero en su suma pueden afectar la vida del ciudadano español por encarecimiento del gas o de materias primas.

En Bruselas se pretendía concretar un pacto de Rusia aunque países que como Lituania o Polonia estuvieron bajo dominio soviético no se fían de Putin. Sus buenas razones tienen.

El Caúcaso es un avispero de difícil descripción, en tensión constante, armado hasta los dientes. Por ejemplo, Abjasia y Georgia llevan más de una década enfrentados: tropas rusas y observadores de la ONU vigilan que la confrontación no estalle. Con menos de medio millón de habitantes y una extrema debilidad económica, Abjasia buscó independizarse de Georgia al disolverse el imperio soviético. Georgia acusa a Rusia de favorecer la secesión de Abjasia y, de hecho, muchos de sus habitantes tienen pasaporte ruso. Stalin había incorporado Abjasia a Georgia. Hace unos días, estallaron dos bombas en la capital de Abjasia. En estos últimos años, enclaves como Abjasia, Ossetia del sur y Nagorno Karabaj se han alineado con Rusia. No son pocos los observadores que auguran un conflicto bélico en el que la OTAN tendría que definirse. Moscú se opone férreamente a la incorporación de Georgia y Ucrania a la Alianza Atlántica. No estamos ante un juego de niños ni un rifirrafe fronterizo.

El nacionalismo ruso hoy está rampante donde antes solo quedaban vestigios del desplome soviético. Cualquier antiguo país-satélite de la URSS que hoy prefiera sentirse seguro con Occidente se pone en el punto de mira del Kremlin. Rusia no duda a la hora de intimidar a los gobiernos de Georgia o Ucrania.