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España deja un recuerdo memorable
Como las selecciones que no sólo ganan sino que perviven en la memoria de los buenos aficionados. Así ganó España, que entró por la puerta grande en la historia de la Eurocopa. El máximo torneo continental de selecciones tenía hasta ayer tres grandes cimas: la Alemania de 1972, la Francia de 1984 y la Holanda de 1988. A esta trinidad se incorporó ayer la España de Luis Aragonés, que superó de largo las mejores expectativas. No sólo ha roto con una tradición plagada de fantasmas y complejos. Ha hecho algo más: ha dejado un recuerdo memorable, un privilegio sólo al alcance de los más grandes, de los equipos capaces de deslumbrar con una autoridad apabullante. ¿Hace cuanto tiempo no se veía a una selección gobernar así un torneo de esta envergadura?
Actualizado: GuardarLo cierto es que el avance español por la Eurocopa ha sido espectacular. Por detrás suyo, partido a partido, ha ido dejando tierra quemada, un rastro de equipos rendidos a la evidencia de una superioridad diáfana. Sólo Italia se resistió en el cruce de cuartos, aunque sólo fuera para acabar muriendo en la tanda de penaltis en lo que fue todo un guiño del destino. Rusia recibió una tunda soberana en semifinales sin decir esta boca es mía. Y algo parecido le ocurrió ayer en la final a Alemania, que apañó un resultado sobrio, pero pudo llevarse cuatro o cinco goles si los pupilos de Luis Aragonés hubieran estado más acertados con la última puntada.
Decepcionaron los germanos, la verdad. Se les temía porque son unos campeones de rancio abolengo que llevan más de medio siglo levantando títulos y dando lecciones de fiabilidad y eficacia. Y se les temía especialmente -al menos, eso le ocurría al cronista que esto suscribe- en un partido grande como el de ayer. Porque nada afila más el instinto competitivo y el afán de superación de la 'Mannschaft' que el reto de enfrentarse a un rival temible, en apariencia superior. Esta selección -no hay que olvidarlo- se hizo grande animada por el espíritu indomable de Fritz Walter y el título increíble de 1954. Y, sin embargo, apenas dio réplica. Pareció muy poco, pero es que ésa es la sensación que provocan los grandes equipos: convierten en insignificantes a sus rivales.
Otra dimensión
Sólo en el primer cuarto de hora aparecieron los alemanes. Estaba claro que el equipo de Löw tenía el guión escrito desde hace días y se aplicó a recitarlo con la convicción que pone esta gente en cumplir órdenes: tenían que comenzar a todo tren, imponiendo, marcando músculo en cada metro. Que España cogiera un poco de miedo o al menos, algo de prevención. Cualquier cosa menos que esos enanos diabólicos se les subieran a la barbas. Durante los primeros catorce minutos, la estrategia les funcionó. España no acababa de coger el hilo y veía a los alemanes en su versión más temible. En plan panzer, vaya. Todo cambio cuando la selección hizo su primera jugada bien trenzada, que acabó con Meltzelder dando un susto de muerte a Lehmann.
A partir de ese momento se abrió la caja de Pandora y ya sólo existió 'la Roja' en el Ernst Happel. La selección sacó la cabeza apoyada en Xavi y en Senna, el mejor jugador del torneo, y dejó noqueada a Alemania con el gol de Torres en el minuto 33. Sólo lo ajustado del resultado puso un poco de picante a la final. Porque lo cierto es que España, que siempre supo jugar -¿cómo ha aprendido a competir esta tropa- y que no ha recibido un gol en los tres ultimos partidos- no tardó en entrar en otra dimensión, inalcanzable para los alemanes.